¡Ya ha pasado un año! Tras la muerte de un ser querido que me dejó una herida impresionante, decidí estar todo un año sin hacer fotos con mi cámara y mis objetivos. Fue muy duro durante los primeros meses. Fui supliendo ese impulso y esa actividad con el teléfono móvil, con lectura, con ratos de escritura, con asistencia a cursos precisamente de Fotografía, yendo al cine y al campo y con un intento de reflexionar sobre mis años de fotógrafo y mis quehaceres relacionados con esa actividad entre documental y artística o creativa.
Ahora, no veo el momento de volver a coger mi Canon y retomar mis proyectos. Me resulta tan doloroso o más que cuando la dejé. Es cierto que en tres o cuatro ocasiones la he usado en todo este tiempo. Han sido ocasiones puntuales que han tenido que ver con la llegada inesperada de algún animalejo muy interesante para mí.
También me resulta difícil explicar todo este proceso interno que, por mi parte, fue algo parecido a un luto, a una renuncia al color, a algo que me fascina y que hace que las horas, mis horas, vuelen y me vuelen. Ha sido una suerte de cilicio inmaterial que ha producido sus efectos, invisibles, pero existentes.
He aprendido y he reflexionado. He sentido un gran vacío que ahora no sé si quiero llenar.
Difícil de entender, supongo pero también muy difícil de explicar. Siento que ha pasado un año, todo un año. Siento que ya llevo un año sin esa persona a la que tanto quería y quiero y que esto no ha hecho más que empezar. Me veo extraño y hasta distante con la sola idea de volver a coger la cámara y a buscar y buscarme en ese pequeño rectángulo de poco más de un centímetro cuadrado. Quizás me haya alejado tanto que ahora me cuesta rehacer esa distancia, recorrer el camino de vuelta, mucho más lejano que simplemente alargar la mano y coger mi mochila.