Los Ojuelos del río Gigüela
parecen iniciar su recuperación.
Francisco Zamora Soria, enero
2016.
A mediados de diciembre de 2015,
un vecino de Villarrubia de los Ojos, Conce Sepúlveda, se dio cuenta del
afloramiento de agua en la zona conocida como Los Ojuelos. Los Ojuelos llevaban
más de treinta años secos, que se sepa. En realidad se trata del antiguo cauce
del río Gigüela. Este río, del que casi nunca se habla cuando se nombre el
Parque Nacional de las Tablas de Daimiel, era extraordinariamente ancho hasta
los años cincuenta del siglo XX. Hidrológicamente se comportaba como un río
estacional, es decir, llevaba agua en algunas estaciones, invierno y primavera
fundamentalmente, y en otras no. Además, en este río también había manantiales
de agua que llegaban a las tablas.
A mediados de los años cincuenta
empezaron las obras de canalización y encauzamiento del río. Grandes máquinas
excavadoras profundizaron el cauce desecando cientos (o miles) de hectáreas y
trazando un canal rectilíneo muy estrecho. El río Gigüela tenía un cauce
anastomosado, es decir, muy ancho y divagante, que podía encharcarse o no,
dependiendo de la cantidad de agua (aforo)
que llevara en cada momento. En algunos tramos el río tenía una anchura
de cuatro kilómetros. Había islas que se correspondían con los terrenos
cultivados y con edificaciones como quinterías y silos (viviendas
subterráneas).
Se trataba de un paisaje de gran
belleza, de gran diversidad de materiales geológicos y de gran diversidad
animal y vegetal. En esos terrenos se encontraba el río, con sus diferentes
canales o “madres”, las zonas adyacentes encharcables, las islas, los terrenos
cultivados, las zonas de yesos, los ojuelos o manantiales, arroyos, un
entramado de zanjas para regar y los arenales, verdaderas dunas de origen
eólico. Las dunas son muy antiguas, se formaron hace unos once mil años, y
todavía hoy se puede comprobar la acción del viento sobre ellas. En estos
escenarios prosperan plantas endémicas de muy escasa distribución, de ahí su
gran interés y su vulnerabilidad. En la misma medida, había fauna especializada
y adaptada a estos espacios tan singulares.
Este tipo de hábitats se encuentran catalogados por la Unión
Europea como prioritarios para la conservación.
De manera que en esos kilómetros
cuadrados encontramos gran cantidad de valores naturales que merecen la pena
ser estudiados y conservados. Por otra parte, también se trata de una zona muy
rica en valores patrimoniales que merece igualmente la protección
correspondiente.
A pesar de los muchos años de
alteraciones y de olvido, el paleocauce del río Gigüela ha vuelto a llamarnos
la atención.
Por el momento no se conocen las
razones por las que están aflorando las aguas en los antiguos ojuelos del río
Gigüela. El río corre ligeramente y el Guadiana, muy cercano, también lleva
tres años de lenta recuperación.
Se trata en ambos casos de
sistemas hidrogeológicos (de aguas subterráneas) muy complejos y de difícil
estudio pero todo parece indicar que algunas circunstancias han cambiado.
Resulta contradictorio comprobar
como el agua aflora en unos cinco puntos diferentes a una profundidad de un
metro y medio y, sin embargo, los pozos de noria tradicionales, que tienen unos
diez metros de profundidad, siguen secos.
De cualquier manera, desde que se
difundió la noticia, las diferentes administraciones e instituciones con
competencias en estas materias, se han puesto a estudiar el fenómeno.
Para terminar, son varias las
amenazas que existen y varios los focos de destrucción de los valores del río
Gigüela y su entorno pero parece adecuado quedarnos con la lección que nos
brindan las aguas de los Ojuelos del río Gigüela, que es una llamada de
atención y un manantial de esperanza.
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