Raro es el día en estos tiempos de la segunda década del siglo XXI que en España, uno de los países más ricos del mundo, no escuchamos y vemos noticias sobre inmigrantes ilegales que llegan a nuestras costas. También son frecuentes las que nos muestran cadáveres en el mar o en las playas, las de barcos de ONG´s que no pueden tomar puerto o las que hablan de niños y jóvenes en los bajos de camiones en nuestras fronteras con Marruecos, con los llamados "MENA´s", los menores no acompañados.
Contrastan estas realidades con datos, generalmente esgrimidos con orgullo, como el que dice que en 2018 en España entraron 82,6 millones de turistas. Me viene a la cabeza la letra de aquella canción de Víctor Manuel, titulada "Esto no es una canción" en la que se cantaba eso de "aquí cabemos todos o no cabe ni Dios"...Ciertamente el cantautor asturiano no hablaba en aquellos años de la inmigración pero sí hablaba del color de la piel, del sexo o del bando en el que se luchó...
Pero también me vienen algunas cifras, sorprendentes, a la memoria. Por ejemplo, la impresionante cantidad de españoles y españolas que salieron de España en las tres décadas iniciales del siglo XX. Hoy, son más de 1,8 los millones de españoles que viven en el extranjero.
Siempre me he preguntado cuánto pagan los inmigrantes, osea, las personas, que viajan a España en cayucos o en lanchas neumáticas. He oído que mucho más que lo que cuesta venir en un cómodo barco o en un rápido avión.
Y así las cosas, salgo a tomar café en mi pueblo y me atiende amablemente una chica rumana. Voy a un acto en el que el equipo de fútbol realiza una ofrenda a la patrona, la Virgen de la Sierra. Todos los jugadores, excepto uno, son de fuera, lo que incluye a tres africanos.
Vuelvo al pueblo y tomo un vino en otro bar, y me vuelven a atender dos mujeres rumanas. Creo que iré a comprar un helado a una de las cinco tiendas de chinos que hay. Repaso mentalmente los familiares que se han casado con personas de otros países y recuerdo, muy especialmente, aquel año en el que yo también emigré. Tenía que llevar un billete de avión falso, como si fuera de ida y vuelta, y con un supuesto hotel contratado. En la aduana me preguntaron. Sí, turismo, sí, diez días...Y en mi pasaporte me pusieron un sello en inglés: "Prohibido el empleo. Permiso para seis meses".
Hace unos días leí un lamentable artículo periodístico sobre la peripecia del barco "Open Arms", cargado de ilusiones. No se mencionaba ni una sola vez la palabra "persona" o "seres humanos" sólo se hablaba de inmigrantes, indocumentados, transaharianos ...
La inmigración es, como se sabe, una realidad muy muy compleja. No se puede solucionar de la noche a la mañana. No hay un responsable o un botón mágico...es cierto. Sin embargo, en estos momentos de tanta riqueza económica, de tanta abundancia, de tantos bienes de consumo, de tantos adelantos, de tanta riqueza, avances y conquistas...la inmigración, tal y como la vemos a través de la televisión, el cine, los periódicos, las redes sociales, internet... es una verdadera vergüenza colectiva pero, además, una inhumanidad y una gran mentira, una burda mentira.
Yo no tengo tampoco la solución y vivo inmerso en esta corriente de macro-consumo que nos arrastra, a veces, incluso, sin querer. Comparto este egoísmo individual y social y no muevo un dedo.
Ahora, en 2019, cuando la economía, nos dicen, ya lleva unos años "reanimada", cuando nuestro nivel de vida es tan elevado, cuando entran tantos millones de turistas ...no hay hueco para esos miles de personas que buscan una vida mejor.
Me decía un amigo y compañero geógrafo que ¡en España no ha habido renovación generacional desde 1981!
En fin, esa es una parte muy importante de la gran mentira de la que hablo.
Espero no caer enfermo pero es muy probable que el médico de guardia sea extranjero. Salgo temprano a disfrutar de la Naturaleza, del campo, a hacer fotos de fauna...y veo furgonetas llenas de trabajadores de otros países que siembran, cultivan y recolectan los productos alimenticios que llegan a nuestras mesas cada día. Veo una hilera de doce o catorce hombres de color, doblados, un día de Jueves Santo, plantando cebollas. Paro y pido permiso otro día en una finca en la que hay diez marroquíes y sudamericanos con los ajos. Llego a mi casa y pongo la tele y sale una playa en la que hay hombres corriendo, recién llegados a esta extraña y quizás hostil tierra de promisión...Hago una ensalada y recuerdo el color de esas manos que acabo de fotografiar.
Si te das una vuelta por el pueblo también lo verás barriendo
ResponderEliminarSoy Satur ,se ve que no tengo cuenta y tengo que hacerlo como anónimo