Amigo alacrán,
como suelo hacer,
he ido a verte.
Allí estás,
en tu habitáculo.
He vuelto a hacerte fotos.
Desde hace ya unos años
pienso que me miras.
Se me antojan,
tus ojos,
clavados en los míos.
No hay reproches,
no hay veneno.
no hay maldad.
Eso creo.
A veces las cosas
no son como parecen.
¿Cómo fiarme
de un ser cómo tú?
Pero, ¿no podrías pensar tú lo mismo?
Estás ahí,
tan tranquilo,
tan seguro,
tan solo...
libre,
o quizás encerrado en ti mismo.
Bajo esa piedra,
tu cobijo,
tu hogar,
tu escondite,
tu refugio,
una parte más de ti,
una piel quizás más dura,
que,
te parece,
te protege.
¡Qué cerca!
¡Qué lejos!
Sobre esta piedra
que te oculta,
hoy estoy yo,
como hace un año,
como hace dos,
como hace tres...
Estás ahí,
solo,
clavándome,
como yo a ti,
tus ojos,
sin veneno...
Creo,
después de muchos años,
que el miedo,
simplemente el temor,
puede hacer más daño
que el peligro,
más o menos cierto.
Tu aguijón avisa,
pero no todo viene
con ese signo,
sino de todo lo contrario.
De las aguas mansas...
Alacrán, amigo,
siempre habrá una piedra
que te oculte,
proteja,
y me llame...
Creo...
Espero.
El daño viene
de dónde menos te lo esperas...
Tú a mí no me has hecho nada,
a pesar del veneno.
Yo a ti, tampoco,
a pesar de ser
lo que soy.
¡Me dicen tanto,
tus ojos, en silencio!
Alacrán, amigo,
espero verte dentro de cinco o seis meses o,
quizás un año.
Me hago preguntas
de ti,
de mi,
de tu hueco excavado en la tierra
y del mío.
¡Hay tantos sentimientos encontrados!
¿No es la contradicción el camino?
¿No nos ciega la luz
y nos quema
y destruye
la verdad?
¿No pesa más
el aire
que la piedra enorme
que te protege?
Creo, alacrán,
que tus ojos
me dicen tanto
como puedo entender...
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