Creo que fue en 1989 cuando empecé a coleccionar las plumas que me encontraba por el campo. La idea no era original mía sino que tenía un origen un tanto peregrino. En una película, digamos, impactante, para un imberbe adolescente de unos catorce o quince años como la de Jaime de Armiñán de 1974, "El amor del capitán Brando", uno de los personajes encuentra su vieja colección de plumas. De ahí surgió mi idea, que tardó años en cuajar.
Dado que salía al campo con unos amigos con tanta periodicidad como podía, empecé a recoger muestras para iniciar mi colección. Una carpeta de anillas, folios a los que hacía unas incisiones con una cuchilla para insertar las plumas, y unos datos de la fecha, el lugar, el ave y los acompañantes (Conce, Miguel Ángel, Sagrario...) o, en otros muchos casos, los de las personas que me las daban. Intentaba que quedaran bien, que hubiera simetría, que hubiera, de alguna manera, una estética propia, y, sobre todo, que estuvieran representadas las plumas de cada ave, con sus muchas posibles variables. Creo que eran los domingos por la noche, ya en Madrid, dónde las colocaba. Era una labor que requería paciencia, que venía a apaciguar mi agitado ánimo. Mis estudios requerían casi toda mi atención y mi tiempo y, pronto, mi trabajo. Sin embargo, seguí unos años más con esta curiosa actividad.
Me dí cuenta de que tenía, a su vez, un potencial considerable de auto-aprendizaje y de didáctica, para mi alumnado, de Educación Primaria. Y así fue. La colección de plumas me sirvió para aprender, para fijarme más en los detalles, en los rastros que se escriben a diario en el gigantesco lienzo del campo. Y en varias ocasiones, para usarla en mis clases y en actividades extraescolares. La colección de plumas, ahora, más de treinta años después, me devuelve muchos recuerdos y una paz que nunca viene mal. Es, además, una pequeña fuente de información, con algunas citas de aves y topónimos.
Pluma de sisón común (Tetrax tetrax), de septiembre de 1990, de El Rosalejo, en Villarrubia de los Ojos, cogida por Conce Sepúlveda. En aquellos años veíamos y oíamos bandos impresionantes, de cien, doscientos, trescientos ejemplares. Eran un espectáculo que hoy ya no vemos en estos mismos espacios, a pesar de los pesares. En las diapositivas luego veíamos también otras aves estepáricas que no habíamos detectado a simple vista, como las gangas.
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