A veces la experiencia del día a día nos presenta situaciones complejas, difíciles, que no esperábamos. Una de ellas es que te toque lidiar con la comisión de delitos en tus propias carnes o en tus propiedades. Así, cuando nos ocurre, lo lógico es recurrir a las instituciones, y, llegado el caso, a eso que llamamos Justicia. (Ya dedicaré una entrada a la llamada Justicia). Si nuestro problema, conflicto, enfrentamiento o litigio se soluciona podemos sentirnos satisfechos. Sin embargo, cuando no encontramos la salida, cuando el laberinto se hace más intrincado, más oscuro, más agobiante, los sentimientos que comenzamos a albergar no son tan positivos y pueden hacernos caer en la provocación, en el ojo por ojo, en la revancha y hasta en la venganza y la desesperación. El cansancio y el agotamiento hacen su presencia. Y lo que podía ser una oportunidad, como ya dije en otra entrada de este blog, se convierte en una amenaza y hasta en un dolor, en un malestar casi continuo, en un verdadero calvario.
Sin embargo no debemos desfallecer ni dejarnos llevar por el desánimo.
Y una de esas vivencias tan negativas es comprobar como una o más personas que, socialmente, gozan de una reputación buena, o aceptable o, simplemente, normal, son las responsables de tus males. No es lo mismo que una persona anónima, o un desconocido u otra persona, digamos, con mala fama, te hagan una faena, te hagan sufrir o cometan delitos contra ti o tus propiedades a que lo haga quién, aparentemente, es considerado como, incluso, buena persona, respetable y, quizás, hasta admirable o poderoso.
Entonces la situación se complica. La imagen de la Justicia representada como una mujer con los ojos tapados, de pronto, mueve una mano y se levanta la venda de, al menos, un ojo. Y dónde se dice que todos somos iguales ante la ley se oye una tosecilla, o una portazo o un chirrido, o a una persona que, normalmente sin que se le note mucho, se da la vuelta, se pone de lado, se hace el longui o se ampara en cualquier excusa. Hay quiénes se atreven a decírtelo a la cara: "Es que a fulanito no le podemos decir nada", o incluso ponen en duda tu palabra, como si fueras un vulgar embustero. La sabiduría popular, o quizás el acúmulo de injusticias y desmanes ha acuñado términos, expresiones, refranes y hasta historias al respecto. Se suele decir, por ejemplo: "dónde vayas que de los tuyos haya", dicho que casa muy mal con la Constitución Española, con la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, y con todas las leyes españolas y europeas actuales. Sin embargo, se ajusta muy bien a la realidad, al día a día y a lo que a cualquier persona nos puede ocurrir o nos ocurre o nos ha ocurrido ya. Y es que es duro desenmascarar la mentira y la usurpación, en general, pero mucho más cuando se trata de personas que gozan de una reputación, a todas luces, inmerecida.
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