Llega la Semana Santa de este 2021, medio confinados por el Covid-19. Ya es el segundo año que no podremos ni vivirla ni viajar. Además, la Consejería de Educación, en Castilla-La Mancha, nos ha quitado un día de vacaciones, dado que al inicio del trimestre, la misma Consejería, suspendió el inicio del curso por las condiciones climatológicas adversas por la borrasca Filomena y, también, creo yo, por la segunda o tercera ola.
No viviremos las procesiones ni los oficios ni visitaremos los monumentos (creo que se llama así) pero sentiremos algo muy intenso y personal. Nos transportaremos a lo más íntimo de nuestra fé y de nuestra infancia. Iremos, sin darnos cuenta, a las iglesias y capillas, a páginas de libros de religión, al Nuevo Testamento, a las homilías y a las vivencias de nuestras vidas.
Supongo que es incomprensible o incompartible para muchas personas. Ayer escuché decir a una persona que no le gustaban las procesiones, que le producían un bajón. A otra que las cornetas y tambores son horrorosas. Sin embargo, también escuché decir que eran preciosas, impresionates y con mucho sentimiento.
A mí, estos años pasados, me ha dolido que se hayan producido manifestaciones contra la Semana Santa. No he entendido ni la permiosividad ni la publicidad que se le dió. Estoy firmemente convencido de la importancia del respeto en todos los aspectos de la vida. Pero dicho esto, tampoco soy partidario de una excesiva presencia en los llamados medios de comunicación social ni en la vida cotidiana. No estoy de acuerdo con cierta tendencia, creciente a mi juicio, de meter las procesiones hasta en la sopa, por decirlo de forma sencilla. También pienso que en algunos pueblos de Ciudad Real se han vivido cambios muy importantes que han supuesto una "andalucización" de nuestra Semana Santa.
Lo cierto es que este período del año es algo más intenso religiosamente hablando y el hecho de tener estas limitaciones hace que nos resulte más difícil.
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