Resulta esperanzador comprobar cómo hay personas que, desde la iniciativa privada, la sensibilidad y hasta la pasión por el campo, marcan otras formas de trabajar la tierra, con respeto, con una idea de paisaje, de admiración por todas las formas de vida, por la integración de lo agreste, de los cultivos y de las construcciones tradicionales, sin estridencias, con buen gusto y sobriedad.
Se acerca un pavo real, que nos ignora; escuchamos al mochuelo, revoloteando sobre un almendro. Los escarabajos sanjuaneros vuelan sobre las encinas y un chotacabras los busca, los persigue, con rapidez. Los murciélagos hacen sus acrobacias detrás de su alimento. Un rato antes nos ha sorprendido el vuelo nupcial de las hormigas que, a miles, vuelan con las últimas luces de la tarde.
Empieza a asomar la luna, llena y anaranjada, y la vemos entre los pistachos, olivos y encinas. Ya es de noche. Un erizo cruza el camino. Una hora después, veo otros dos, ya en Daimiel.
Noche de san Juan, luna llena, luna de fresa, en la Rinconada, en Villarrubia de los Ojos, sobre estas dunas curiosas de unos diez mil o doce mil años. Arenas finas y rojizas que, con las recientes lluvias, están más duras de lo normal, con una pequeña corteza o costra en la que se aprecian las huellas de las gotas de agua.
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