Creo que no fue hasta 1993 o 1994 cuando empecé a ver garcillas bueyeras (Bubulcus ibis) en algunos municipios de Ciudad Real. Hasta entonces era un ave prácticamente desconocida para mí. Yo había empezado a ver pájaros ya un poco en serio en torno de 1988, con unos cuantos amigos. Había visto escenas preciosas e inolvidables desde que era muy pequeño pero no fue hasta ese año cuando canalizamos y sistematizamos un poco nuestro gran amor a la Naturaleza. Primero salíamos con unos prismáticos para todos. Después llegó la primera guía de aves, también de un amigo. Luego, el primer monóculo, un poco más tarde los primeros prismáticos ya propios. Y todo, o casi todo, lo iba fotografiando y escribiendo en mis cuadernos de campo, verdaderamente peculiares, por cierto.
Y, en muy pocos años, todo empezó a cambiar. Había especies que era como si se hubieran volatilizado. Otras, en cambio, cada día estaban más presentes. Lo que un día era un notición de pajareo, en unos meses se convertía en el padre nuestro de cada día.
Y eso es lo que le pasó a especies como las garcillas bueyeras. De pronto empezaron no sólo a proliferar sino, además, a permitir la cercanía humana de forma sorprendente para lo que eran las garzas, los ardeidos. Así, se habían hecho muy comunes en los vertederos, a las afueras de los pueblos. Ya eran, junto con las cigüeñas comunes (Ciconia ciconia), aves normales en esos montones inmensos de basura humeante y maloliente. Además, las empezábamos a ver detrás de los tractores, cuando araban. Por si fuera poco, se posaban sobre el ganado pero, vistas las carencias pecuarias ya estructurales en este territorio, lo hacían encima de las ovejas y las cabras.
Consulto el Atlas de las Aves de España (1975-1995) y nos da una especie de foto fija muy rica y documentada. Efectivamente, la distribución española de las garcillas bueyeras para ese período se corresponde con lo vivido por mí. Una mirada al mapa de España con la retícula de los mapas topográficos nacionales 1:50.000 nos lo pone de manifiesto. El capítulo fue escrito por Manuel Fernández-Cruz y Francisco Campos.
Y así, de la inexistencia casi absoluta pasamos a la realidad actual. Las garcillas bueyeras parecen estar en todas partes, independientemente de que la cría siga siendo harina de otro costal.
Porzuna, Ciudad Real.
Piedrabuena.
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