Llevo años, muchos años, haciendo fotos. En realidad, desde pequeño. Hace un par de años me di cuenta de que no tenía fotografías de la lluvia para utilizarlas con mi alumnado. De manera que, cuando llovía, intentaba captar este fenómeno natural. Así, fui consciente de las dificultades que entraña. Conseguí alguna que otra medianamente aceptable y, sobre todo, algún vídeo muy corto-que son los que me gusta hacer-que trasmitía con cierta fidelidad ese movimiento del agua del cielo.
Anoche lo volví a intentar. En mitad de la noche, en el campo, completamente solo, a cinco kilómetros del pueblo, en un camino, experimenté el placer de sentirla, de escucharla, de tocarla...
La fotografié con mi cámara, con un flash gemelo y un objetivo macro, y con el teléfono móvil. Las de la cámara, una Olympus sin espejo, muy buena, no creo que valgan para nada. Las de la cámara del teléfono móvil me gustan, aunque son fruto de los automatismos más que de mi dominio. En realidad se trata de una Leica, de diminuto tamaño, pero Leica al fin y al cabo, que, como se suele decir, son palabras mayores.
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