martes, 28 de marzo de 2023

Brevi-aviario, 12. Me retracto de lo dicho hace tres días: "¿Porqué los gorriones comunes (Passer domesticus) del patio de mi casa no se comen el pan de molde integral?"

 Los gorriones comunes (Passer domesticus) viven en los medios antropizados y se adaptan a circunstancias verdaderamente curiosas. Los he visto, por ejemplo, anidar en un pequeño hueco de una pared de ladrillo de un séptimo piso en Coslada, Madrid. En mi casa se las arreglan para criar dentro de un trastero. Aunque no lo hacemos sistemáticamente solemos echarles las migas de pan y, algunas veces, trozos que se quedan duros. Sin embargo, el sábado les dejé, en el tejadillo de costumbre, varias lonchas de pan integral de molde que se nos había quedado duro. Pero, ante mi sorpresa, han pasado cuatro días y ahí siguen esas rebanadas. 

Los gorriones no siempre han tenido una buena relación con los seres humanos, por cierto y hay incluso libros de hace un par de siglos que hablaban sobre las formas de perseguirlos y que pretendían su exterminación. Ya en el siglo XX sería Mao Tse Tung quién protagonizaría una de las historias más kafkianas y atroces con respecto a estas aves.

Pero, volviendo a los gorriones de mi casa, he visto cómo trabajan en grupo y realizan labores de micro-ingeniería, por llamarlo de alguna manera. En ese habitáculo los orificios generados por la colocación de las chapas de uralita sobre una pared eran entradas ideales para estos gorriones, que encontraban allí refugio. Mi suegro (qepd) tapó esos agujeros con papel de periódicos. Como seguían entrando y criando, con el consiguiente desperfecto causado por las heces y la vegetación seca que aportaban para los nidos, más los ejemplares que morían allí dentro, intentamos tapar bien esos agujeros. Pero seguían entrando por otros orificios que había en las placas. Tras taparlas, comenzaron a entrar por unas rendijas de la puerta, que es muy vieja y está desvencijada. Y así seguimos, en esa curiosa lucha por la supervivencia, por su parte y, por la expulsión de ese espacio, por la mía. 

Además, "ocupan" los nidos de las golondrinas comunes (Hirundo rustica) que hay en la cochera. Yo sigo echándoles las migas de pan. No deja de ser una contradicción por mi parte pero me gusta suministrarles esa pequeña cantidad de alimento y observarlos en sus idas y venidas, en su tenacidad vital y en esa especie de inteligencia colectiva que demuestra cómo la cooperación es más poderosa que la competición.

Ahora pienso que me precipité al escribir las líneas anteriores. Creo que lo ocurrido es que esos días hubo más actividad humana en las cercanías y pudieron asustarse. El pan de molde ha desaparecido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario