La costumbre de la dote es, parece ser, casi tan antigua como el ser humano. Sin llegar muy lejos en esa larga tradición de regalos o aportaciones al matrimonio por parte de la novia y su familia contaremos unos detalles sobre la misma en un municipio manchego, Villarrubia de los Ojos, a principios del siglo XX.
En los documentos que he podido consultar se hacía un listado con la descripción y valoración económica de todo lo que aportaba la novia. Los había muy extensos y, lógicamente, más cortos. Además de las ropas y demás textiles y objetos de la vida cotidiana se aportaban alimentos (los jamones y la demás matanza..."), mobiliario ("un baúl mundo"), herramientas de trabajo ("tres azadas a cañón...una azada de ojo...") y dinero y, en ocasiones, fincas urbanas o rústicas.
El novio tomaba esos bienes dejando claro que no eran de su propiedad pero sí pasaban a ser posesión suya. Y como acto de recibimiento y toma de posesión, se elegía un objeto de los cincuenta sesenta, setenta o los ciento y tantos que la futura esposa describía. En una proporción considerable de los casos que conozco ese objeto no era el más valioso, más bien al contrario. Solía ser un pañuelo de bolsillo que, para el caso concreto de la primera década del siglo XX costaba unos quince céntimos. Además, si había dinero también se hacía cargo del mismo. Pero no todos los novios procedían de la misma manera. Por ejemplo, uno de ellos optó por un objeto de bastante valor, aunque no el más valioso, una correa de un reloj valorada en la nada desdeñable suma de 150 pesetas, un par de pendientes o un anillo en otros casos. Era curioso que se iniciaba ese apartado del documento diciendo:
"en señal de tradición simbólica el señor X se hace cargo en representación de dichos bienes de un pañuelo ...de los inventariados al número Y, por el mobiliario, ropas, frutos y efectos y también se hace cargo del efectivo metálico al número Z; una y otra cosa le entrega en este acto al repetido X su prometida esposa..."
A continuación se nombraba a los presentes, que normalmente eran la novia, su padre o su madre y quizás algún testigo más y se firmaba el documento. Estos documentos nos hablan de la vida cotidiana, nos meten, de alguna manera, en las casas, en las habitaciones, cámaras y corrales y nos describen el día a día que tantas veces se nos olvida al hablar del pasado y de la Historia. Son, sinceramente, una especie de radiografía o de pintura muy realista de una familia, de un pueblo y de un momento concreto del devenir del tiempo.
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