Esta mañana he visto las primeras golondrinas comunes (Hirundo rustica) en mi casa de Piedrabuena, Ciudad Real, España...y me gustaría añadir Europa. Y es que cada vez que pensamos en ellas quizás no seamos capaces de ver la proeza, la aventura y el impresionante viaje que hacen desde África para venir aquí, a su casa de primavera y verano, a la calle Guadiana, a nosecuantos mil kilómetros de distancia, sin mapas, sin gps que te diga que cojas la segunda salida de la siguiente rotonda, sin pasaporte, sin visado, sin aduanas y sin fronteras, sin pasaje ni de ida ni de vuelta, sin tasas de aeropuerto ni na de na.
Con ese cuerpecillo, con esas alas, con ese corazón que, por muy grande que quiera ser no es mayor que la yema de nuestro dedo meñique, con esos ojillos que alguna vez nos miran, se cruzan media España, el Mediterráneo y buena parte de África, como quién no quiere la cosa. Nos sentimos unidos por estelas invisibles con ese continente tan cercano y tan distante, a la vez.
Aquí, en esta, nuestra casa, tienen varios nidos. La primera faena es ver si los ocupas más frecuentes, los gorriones comunes (Passer domesticus), les han llenado de paja su habitáculo. Comenzarán a buscar comida y a reconocer las zonas con charcos por si tienen que reparar o construir sus nidos. Alguna mañana se pararán en el alféizar de mi ventana, mientras desayuno y pensaré que me ve y reconoce y seré muy feliz durante esos instantes.
Mientras tanto seguiremos con nuestras vidas.
Yo recomiendo fijarnos en ellas puesto que están tan cerca. Observarlas, escucharlas y sentirlas seguro que contribuye, como dice Daniel Pennac a propósito de leer y amar, a dilatar el tiempo para vivir. Así lo he leído en una tarjeta postal de publicidad italiana de la empresa de libros usados "Di mano in mano" que dice:
"Il tempo per leggere, come il tempo per amare, dilata il tempo per vivere".
Y es que las golondrinas nos unen y nos atan a la tierra, al cielo y a la vida.
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