jueves, 8 de agosto de 2024

Subpoemas. Ramita rota.

 Ramita rota.

Francisco Zamora Soria.

1 agosto 2020.


Cuando era pequeño

me fijaba mucho en todo,

en los detalles,

en las espiguillas

que nacían en las aceras,

en los saltamontes hembra

con esos espadones negros

que paraban, desubicados, 

en las fachadas

de mi pueblo, encalado,

buscando un lugar

mullido,

tierno,

acogedor, 

donde poner los huevos.


Me fijaba también

en las manos de la gente,

en las manchas de las caras,

en los pies que faltaban

y en las hormigas de mi corral.


Podría decir, hoy,

cincuenta y pico años después

que el mundo me gritaba,

se me clavaba,

y lo quería entender.


Ya con diez años

leí una historia y don Víctor, 

aquel extraordinario maestro, 

manco, por cierto,

nos desgranó la lectura.


Era un texto sobre una rama seca,

¡qué simpleza! 

se podría pensar, 

pero me encantó. 

No recuerdo mucho más.


Ahora, 

sentado en esta terraza, 

al sol

ardiente de la tarde de julio, 

del asfalto

y del empuje,

irremediable

del día a día

veo, una vez más, 

a esa chica, 

esa mujer

que se balancea al andar,

que se inclina a un lado

y a otro, 

que, a duras penas, 

camina,

tirando del carrito

de la compra.

La conozco de toda la vida.

Jamás intercambié una palabra.

Recuerdo sus ojos, ahora,

como flores recién abiertas

a esta vida incierta.

Recuerdo su sonrisa

entre vaivén

y vaivén, 

entre golpe y golpe,

entre paso y paso.

La veo que tira,

con más pericia

que fuerza, del carrito de la compra.

La veo que forcejea

a cada segundo

con la simple gravedad,

con la estabilidad, 

con ella misma.

La veo como una ramilla

rota

de un árbol

con la piel ya cuarteada.


Estoy en el campo.

Cojo un par de trozos

de una rama

de un árbol

pequeño.

Los cruzo

y miro al cielo,

rezo,

pido,

suplico.


Y al cabo de una hora,

ya en ese lugar de fuego

del recuerdo, vuelvo a verla,

encaramándose 

en un simple escalón,

en la altura del día a día,

 de un día cualquiera

con sus ojos

como flores de achicoria

chispeantes

al amanecer,

que se cerrarán al mediodía.


La veo y me estremezco

y vibro

y pienso

si tal vez,

podría haber tenido

al menos, 

alguna vez,

 una simple mirada

a esa ramita rota, 

a esos ojos,

a esa cara.


Me pregunto si será real

lo que sueño,

lo que siento,

lo que escribo.


Me pregunto si no debería,

como creo,

mirarle a los ojos,

como miré a esas ramas

secas y rotas 

cruzadas en mis dedos.






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