Ramita rota.
Francisco Zamora Soria.
1 agosto 2020.
Cuando era pequeño
me fijaba mucho en todo,
en los detalles,
en las espiguillas
que nacían en las aceras,
en los saltamontes hembra
con esos espadones negros
que paraban, desubicados,
en las fachadas
de mi pueblo, encalado,
buscando un lugar
mullido,
tierno,
acogedor,
donde poner los huevos.
Me fijaba también
en las manos de la gente,
en las manchas de las caras,
en los pies que faltaban
y en las hormigas de mi corral.
Podría decir, hoy,
cincuenta y pico años después
que el mundo me gritaba,
se me clavaba,
y lo quería entender.
Ya con diez años
leí una historia y don Víctor,
aquel extraordinario maestro,
manco, por cierto,
nos desgranó la lectura.
Era un texto sobre una rama seca,
¡qué simpleza!
se podría pensar,
pero me encantó.
No recuerdo mucho más.
Ahora,
sentado en esta terraza,
al sol
ardiente de la tarde de julio,
del asfalto
y del empuje,
irremediable
del día a día
veo, una vez más,
a esa chica,
esa mujer
que se balancea al andar,
que se inclina a un lado
y a otro,
que, a duras penas,
camina,
tirando del carrito
de la compra.
La conozco de toda la vida.
Jamás intercambié una palabra.
Recuerdo sus ojos, ahora,
como flores recién abiertas
a esta vida incierta.
Recuerdo su sonrisa
entre vaivén
y vaivén,
entre golpe y golpe,
entre paso y paso.
La veo que tira,
con más pericia
que fuerza, del carrito de la compra.
La veo que forcejea
a cada segundo
con la simple gravedad,
con la estabilidad,
con ella misma.
La veo como una ramilla
rota
de un árbol
con la piel ya cuarteada.
Estoy en el campo.
Cojo un par de trozos
de una rama
de un árbol
pequeño.
Los cruzo
y miro al cielo,
rezo,
pido,
suplico.
Y al cabo de una hora,
ya en ese lugar de fuego
del recuerdo, vuelvo a verla,
encaramándose
en un simple escalón,
en la altura del día a día,
de un día cualquiera
con sus ojos
como flores de achicoria
chispeantes
al amanecer,
que se cerrarán al mediodía.
La veo y me estremezco
y vibro
y pienso
si tal vez,
podría haber tenido
al menos,
alguna vez,
una simple mirada
a esa ramita rota,
a esos ojos,
a esa cara.
Me pregunto si será real
lo que sueño,
lo que siento,
lo que escribo.
Me pregunto si no debería,
como creo,
mirarle a los ojos,
como miré a esas ramas
secas y rotas
cruzadas en mis dedos.
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