Este artículo fue enviado a La Tribuna de Ciudad Real el año pasado. No fue publicado.
Francisco Zamora Soria, maestro
de escuela. Junio 2015.
Alguien dijo que en España, para
recibir un homenaje, hay que morirse antes. A mí me gusta llevar la contraria
y, afortunadamente, lo que pretendo es rendir mi pequeño homenaje a grandes
profesionales que, año tras año, se jubilan y pasan a disfrutar del merecido
descanso de la jubilación.
Me estoy refiriendo a los
maestros y maestras de escuela pero reconozco que todas las profesiones me
parecen igualmente importantes y dignas de elogio.
Quiero personalizar en una
persona concreta este intento de reconocimiento de una profesión que no siempre
es reconocida ni respetada. Para ser exacto, la figura del maestro o maestra
(de cualquier profesional de la Educación, en realidad) viene siendo atacada
desde hace ya demasiados años de forma tan sistemática que cuesta trabajo creer
que se trate del azar o de un sentir espontáneo.
En este caso hablaremos de don
Andrés Francia Villajos, de Porzuna, Ciudad Real.
Tras 38 años “con la tiza” en las
manos, se jubila. Cuando digo “con la tiza” utilizo deliberadamente una
expresión muy del gremio pero que no debe ocultar hechos como que don Andrés ha
sido, durante toda su vida, un maestro inquieto, innovador, buscador de “lo
último” sin olvidar lo de toda la vida. Ha estado siempre al día de las
llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación, además de manejar con
soltura medios como la fotografía, el vídeo,
la televisión o la radio.
La suya ha sido una carrera
docente volcada en la escuela y en su alumnado, buscando siempre la mejora si
escatimar esfuerzos.
Cuando lo conocí, en lo que él
llama con humor, la “República Independiente de El Calvario” –unas aulas
situadas a cierta distancia del centro escolar-, el Colegio Público de
Integración “Ntra Sra del Rosario” de Porzuna, yo estaba empezando y él
representaba y representó para mí la experiencia sin el hollín del quemado, el
deseo de seguir innovando, la buena disposición para aprender y, además, para emprender los proyectos que yo tenía en
mente.
En aquellos años don Andrés ya
era, en sus ratos libres, investigador histórico y Cronista Oficial de la Villa
de Porzuna, buscando siempre la forma de trasmitir sus conocimientos y sus
hallazgos a su alumnado y a sus paisanos. Ya había sido alcalde de su
pueblo -recorriendo a diario más de 230
kilómetros diarios- para seguir ejerciendo la docencia en el hermoso pueblo de
San Carlos del Valle y poder administrar la vida municipal.
Por aquellos años este maestro de
escuela ya había ganado varios concursos nacionales y había viajado con grupos
de alumnos a Alemania e Italia, publicaba sus artículos en la prensa provincial
y local, colaboraba con numerosas asociaciones e iniciativas de su municipio y
seguía aportando una parte muy importante de su tiempo y de su trabajo al
colegio. Por ejemplo, en aquellos años organizó varias actividades
extraescolares, que tenían lugar dos o tres días semanales por la tarde, después
de las clases, y algunos sábados por la mañana.
Cierto es que el colegio de
Porzuna era, y creo no exagerar, uno de los punteros de Castilla-La Mancha, con
su director, Lorenzo Prado Cárdenas, a la cabeza. Había, como se puede
imaginar, un buen equipo que trabajaba mucho y con ilusión.
Andrés estudiaba alemán, le
encantaba lo que entonces llamábamos Informática, la Arqueología –fue uno de
los descubridores de algunos importantes yacimientos-, la Historia, la
Etnografía, la Fotografía y un listado muy largo. Y en el aula seguía
innovando. Recuerdo su pasión y sus grandes esfuerzos en cuestiones como la
mejora de la velocidad lectora o su compromiso con el Medio Ambiente y su apoyo
incondicional a los proyectos que inicié o en los que participé. Aquel curso el
alumnado del colegio ganó el primer premio nacional del concurso organizado por
SECEM y el Parque Nacional de Doñana sobre el lince ibérico (“El lince ibérico,
en el punto de mira de la conservación”) gracias al trabajo en equipo pero muy
especialmente a su apoyo.
Andrés trabajó muy de cerca el
rico Patrimonio material e inmaterial de su municipio en diferentes ámbitos. Lo
recuerdo totalmente volcado con las fiestas y tradiciones populares,
escribiendo y maquetando las revistillas de algunas romerías, recopilando
información y entrevistando a gente mayor, buscando siempre en archivos
históricos, haciendo fotos,…y todo le parecía y le sigue pareciendo poco.
Iniciamos, por ejemplo, la
recogida de fotografías antiguas y la creación de un Archivo de Fotohistoria
escolar. En pocos meses organizó una extraordinaria exposición, a la que
sucederían otras muchas así como la publicación de dos libros.
Pero don Andrés era mucho más que
eso. Era la típica persona infatigable, dispuesta a darlo todo por su alumnado,
por sus compañeras y compañeras y por su querido pueblo de Porzuna.
Don Andrés fue un buen maestro de
escuela, muy comprometido y entregado desde la sencillez y la generosidad. Fue,
para mí, un maestro, en el mejor y más profundo sentido del término. Y lo mejor
de todo, es que sigue en la brecha, con tantos o más proyectos como antes.
Sigue, por ejemplo, echando una mano a las compañeras que se lo solicitan.
Sigue investigando, aprendiendo, colaborando, con su ilusión intacta e
incombustible.
Y al hablar así de un compañero
de trabajo con el que tanto aprendí, como decía en el título, en realidad lo
que quiero es honrar a tantas maestras y tantos maestros que he tenido la
suerte de conocer a lo largo de mis veintipico años de experiencia que en nada
se parecen a los tópicos que oigo por ahí, en la tele, en la radio, en la
prensa y hasta en la tienda cuando espero mi turno.
Recuerdo a Bienve, a Miguel, a
Matilde, a Julia, a María Dolores, a Mari Carmen, a Encarni y a otros muchos y
muchas y compruebo como nuestra sociedad ha elaborado, sin quererlo, un
discurso nocivo y falso, que se aleja de la realidad y que no reconoce la
figura clave del maestro, del profesorado en realidad, imprescindible para
entender nuestro impresionante avance
social y cultural, mal que les pese a algunos generadores de opinión. ¡Muchas
gracias de corazón, profesoras y profesores! ¡Muchas gracias, don Andrés!
Así que, personalizando en la
figura de un buen maestro de escuela como don Andrés Francia Villajos, vaya mi
agradecimiento y mi reconocimiento a todos los docentes por su importantísima
labor, por las dificultades que atraviesan y por el no siempre bien comprendido
esfuerzo que realizan.