Con estas lluvias de finales de un noviembre casi primaveral, en algunos momentos de 2020, he realizado mi primera anfibiada del año hidrológico 20-21. Así, pude ver varios sapos corredores (Epidalea calamita) y algún urodelo más. Por cierto, me volvió a impresionar la imagen de un tritón, a escasos centímetros de su congénere, atropellado.
Me vienen a la memoria algunas ideas de mi pasado. Así, recuerdo la concepción que he tenido durante muchos años sobre el fenómeno de la hibernación, en general, y la de los anfibios, en particular. De manera que, de la creencia en que los anfibios "dormían" durante casi todo el otoño y el invierno pasé a descubrir que, dependiendo del día a día, de factores climáticos, o mejor dicho, meteorológicos, concretos, y otros de tipo más estructural, la realidad es muy distinta a ese esquema tan elemental que yo tenía.
Me dí cuenta de que, los que verdaderamente hibernábamos éramos nosotros, es decir, el que hibernaba era yo, en cuanto a salidas al campo, a la Naturaleza.
Cuando llegué a Anchuras, en un septiembre mágico de 1991, una sapa común (Bufo bufo), enorme, me esperaba muchas noches, en la fachada de mi casa, mientras se zampaba a las abundantes babosas y limacos que se alimentaban de los líquenes. Después, Abel y Mario me hablaron de las salamandras que veían por la noche. ¡Las temibles salamandras, las asombrosas y sorprendentes e inofensivas salamadras comunes (Salamandra salamandra)! Y allí estaban ellas, en las noches lluviosas, desafiando todos mis supuestos conocimientos naturalistas. Y ya, poco a poco, empecé a estudiar a estos hermosos, denostados y desconocidos animales. Animales malditos, al fin y al cabo.
Ahora, de alguna manera, forman parte de mi vida y de mi quehacer anual. Me llenan de felicidad, de sorpresas, de emociones y de retos. Me llevo disgustos y decepciones, como la de anoche, al ver el tétrico espectáculo antes descrito, y pienso que, en la medida de mis modestas posibilidades, debo seguir intentando trasmitir y motivar a mi alumnado, por un lado, y, por otro, a las personas sensibles a estos apasionantes temas.
Ahora -en realidad creo que siempre ha sido así en mi vida- veo la gran importancia que tiene compartir incluso los sueños, las experiencias, las ilusiones, los pequeños descubrimientos, los trabajos que podamos ir haciendo poco a poco. Las anfibiadas han sido, y siguen siendo, para mí, una actividad extraordinaria, una situación de descubrimiento, de búsqueda, de investigación (a mi medida), de aprendizaje, de entretenimiento y felicidad.
Por si acaso alguien que pueda leer este articulillo no se ha percatado, llamo anfibiada a una salida de campo con el fin expreso de observar, fotografiar, estudiar, y, hasta dónde y cuándo es posible, salvar la vida a ejemplares en peligro. Luego viene el trabajo de lectura, de consulta bibliográfica, de traspaso de datos a otros medios, a veces, compartidos, o a la colaboración con otras personas, grupos o instituciones, cuando procede.
Además, encuentro el aliciente fotográfico en estas salidas, a las que hace ya unos años, empecé a llamar "anfibiadas". Por un lado, se trata de constatar y fijar datos. Por otro, hasta dónde soy capaz, de desarrollar mi creatividad y aumentar mi personal banco de imágenes para mi trabajo, mis actividades divulgadoras y de estudio, una vez más. Por cierto, el término lo publiqué hace tiempo por primera vez en alguna red social, no recuerdo cuál. Supongo que sería "Twitter" pero pudo ser en alguno de mis blogs.
Ahora, espero, con cierta impaciencia, poder disfrutar de mi próxima salida a ver anfibios, es decir, a la próxima anfibiada.
El pequeño sapillo moteado, "Pelodytes punctatus". En inglés, el sapillo perejil.
Un enorme ejemplar de gallipato, "Pleurodeles waltl", en una actividad educativa.
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