Supimos lo que era el grupo terrorista ETA desde que éramos muy pequeños. En mi caso fue en Madrid, en el internado, con diez años. Día convulso, de nervios, idas y venidas de los padres escolapios y del resto de profesores. Sirenas de la policía, de los bomberos, de las ambulancias...Habían asesinado al presidente del gobierno, Carrero Blanco, y a algunas personas más. Mi profesor, don Víctor, nos explicó algo, creo recordar. Y también lo hicieron los sacerdotes que estaban con nosotros: los padres Javier, Pedro y Enrique. El atentado había tenido lugar en un barrio algo alejado del nuestro, el de Salamanca, en la calle Claudio Coello. Sin embargo el hospital al que llevaron a los heridos estaba cerca del colegio.
Después, "aquello" se fue haciendo cada vez más frecuente. Digo "aquello" para referirme a los atentados y al terrorismo de Eta, que no terminábamos de entender. Hubo años atroces, los hoy llamados "años del plomo" aunque me temo que todos fueron igual de horribles para las víctimas, es decir, fallecidos, heridos, familiares y amigos. Lo que más me impresionaba era el dolor y la indignación de mi padre cada vez que, en los pocos fines de semana que compartíamos, se sobresaltaba y sufría con las atroces noticias. Por cierto, eran muy muy frecuentes, una persona asesinada cada tres días.
Fui creciendo. Curiosamente viví muy de cerca varios atentados y tiroteos en Madrid, sin consecuencia alguna para mí. En realidad no eran de Eta sino de otros grupos o personas. Podría detallarlos pero no hace al caso.
Pero el destino quiso que me destinaran al País Vasco a hacer la mili, el servicio militar obligatorio. Así, entré en contacto con esa realidad que golpeaba casi a diario a este país que verdaderamente había elegido el camino de la convivencia pacífica.
Primero en Vitoria y después en San Sebastián y, por último, en Logroño, viví más de cerca lo que supuso ese fenómeno. En ese período Eta asesinó a varios militares. Uno de los entierros, con la presencia del ministro, Narcís Serra, tuvo lugar en mi cuartel. Tuvimos que organizar, entre otras cosas, el velatorio nocturno. Allí se produjeron escenas curiosas y, de alguna manera, contradictorias. Por ejemplo, un mando quería que los soldados que velaran el féretro fueran los más "agraciados" físicamente mientras que mi teniente, después, me ordenó que el servicio se organizara por escrupuloso orden de lista. Ese hombre que tenía menor rango y, para algunos, peor prensa, nos demostró en muchas ocasiones valores que sigo admirando de rectitud y honestidad. Se trataba del entierro del coronel Picatoste, asesinado en Álava, a finales de agosto de 1986. Se puede leer la crónica de El País.
Recuerdo haber recogido octavillas en castellano sobre la justificación del asesinato de Yoyes cuando llegué a Vitoria (Gasteiz). Me impactó mucho el discurso, tan elaborado, para justificar la "ejecución" de un alto mando que había cometido el peor de los delitos, la traición, según el argumento. Ese era el contenido del papel que me hubiera gustado conservar. Las pintadas, las "manifas", los carteles, las pegatinas y octavillas abundaban como algo natural, muy normalizado, al menos, aparentemente. Era frecuente escuchar eso de "pues yo no sé porqué dicen por ahí que Euskadi es un lugar violento..."
Conocí algo el llamado mundo "abertzale" a través de algunos compañeros y, sobre todo, de un amigo. Me llevó a su casa a pasar un fin de semana. La suya era la otra cara de la moneda. Y es que, nos guste o no -parece que se quiere obviar y hasta borrar esa otra realidad- había otra realidad, una opción "b" de esta historia desgarradora. Mi amigo era un estudioso del fenómeno terrorista e independentista. Tenía su propia concepción, que pasaba por la Paz (Bakeaz, en euskera) y formaba parte o era colaborador de las Plataformas Pro-Amnistía.
Estuvimos por ejemplo, en una multitudinaria manifestación en Bilbao (Bilbo) por la Paz convocada por el partido Herri Batasuna que, en aquella época, era completamente legal y tenía, si no recuerdo mal, cuatro diputados en el parlamento español. Sabíamos que era una actividad prohibida para nosotros, militares, pero fuimos. Mi amigo pudo ver a uno de los capitanes de nuestro cuartel, vestido de paisano, en la salida de la estación...presumiblemente, "controlando". Algunos compañeros me hablaban de sus vivencias, de sus sentimientos, de sus historias, a veces, trágicas, también. Otros me hablaban del "Aberri Eguna", de la ikurriña, del "euzkara" de "Euzkal Herría" y de su forma de vida, sin el menor atisbo de odio o violencia.
También tuve compañeros y amigos del otro lado del independentismo (no sé si eran independentistas verdaderamente), por ejemplo, del PNV. Estuve en alguna casa, conociendo a la familia y cenando. Eran dos mundos que parecían convivir pero era muy difícil de asimilar para mí. Y además, había compañeros que no estaban ni en uno ni en otro partido y que solían tener unas opiniones muy diferentes, pero casi siempre menos comunicativas.
Lo cierto es que la vida cuartelaria tenía unas características propias. Por ejemplo, nosotros, cuando salíamos con las armas, es decir, siempre, llevábamos el cargador sin bala de fogueo, como era lo normal. Al entrar en el cuartel todos los vehículos eran mirados con un espejo por debajo. Los mandos nos recordaban que era obligatorio saludarles si los veíamos en la calle pero, dadas las circunstancias, no debíamos hacerlo, salvo que fueran con el uniforme.
Todos los mandos, desde los sargentos hacia arriba, tenían escolta diaria, para ir a por ellos por la mañana y llevarlos a sus casas por la tarde o noche. Lo curioso es que nos apuntábamos voluntarios a esos breves servicios porque no nos daba miedo. Así nos librábamos ("escaqueábamos", en lenguaje militar) del tiempo equivalente de estar en la cuadra, con nuestros mulos y caballos, a los que considerábamos un peligro visible y muy cercano. De mi diario personal reproduzco un breve fragmento del día 18 de enero de 1986, en San Sebastián:
"Hace tres días la Guardia Civil ametralló a tres jóvenes, presuntos terroristas, el viernes había convocada huelga general pero creo que fué un fracaso. Yo tuve escolta y no tuvimos ningún problema, aunque oí contar a otros compañeros que en algunos sitios había barricadas, piquetes y manifestaciones. A pesar del peligro que pueda suponer una escolta yo las prefiero sólo por escaquearme un poco de la cuadra." (sic)
Esas escoltas las hacíamos con el fusil reglamentario, el "cetme", colgado y de tal manera que era casi imposible utilizarlo, en caso de que fuera necesario. Nos preocupaba no hacer bien los saludos y recibir amonestaciones, llamadas de atención, broncas, partes o arrestos. El vehículo era un "jeep" o "land rover" con el habitáculo de lona. Ya estábamos a punto de ser trasladados cuando llegaron los primeros coches blindados pero eran exclusivamente para los "pe eme", la Policía Militar.
Llegábamos al domicilio del sargento, del teniente o del capitán y nos bajábamos del coche. Nos acercábamos al portero automático y decíamos: "a la orden, mi capitán, la escolta", y esperábamos de pie. Salía nuestro mando e íbamos detrás de él hasta el coche. Y vuelta al cuartel.
Recuerdo una marcha militar con los mulos. Yo llevaba una cámara que me habían dejado e hice algunas fotos. Una de ellas me la pidió el teniente, que iba con el caballo "Janito". Me adelanté y paró la compañía. El paisaje era muy hermoso y recóndito. Después, varios compañeros empezaron a decirme que allí es donde mataron o llevaron a Lasa y Zabala antes de trasladarlos a Alicante. Me parecía increíble pero al cabo de un tiempo se conoció la historia con bastante exactitud.
Marcha militar con los mulos. Parece ser que en este recóndito paraje la Guardia Civil estuvo con Lasa y Zabala.
En Logroño todo era más relajado pero allí vivimos aquel entierro antes mencionado. Hubo ciertas quejas de los periodistas que entraron al cuartel porque no se les dejó bajar al patio de armas tras el fin de la misa y el acto. Apareció en la prensa. El de Logroño era un cuartel de artillería. Allí, un mando, con buen humor, me explicó el objetivo de la artillería, batir a la infantería, preferiblemente, la enemiga. Lo cierto es que, para nuestra sorpresa, a las maniobras se llevaban incluso aparatos de televisión, algo inaudito para nosotros, que habíamos estado en alta montaña, en pequeñas tiendas de campaña, con nuestras mulas por allí, escapándose y dándonos disgustos de noche.
Fueron pasando los años. Compré y leí algunos libros. Leí artículos y siempre quise mantener una opinión personal, crítica e independiente. Llegaron aquellos atentados tan movilizadores y mediáticos y todo empezó a cambiar. Afortunadamente llegó el día, el 20 de octubre de 2011, en el que unos encapuchados decían que abandonaban las armas. Hoy parece que nada se dice del llamado terrorismo de Estado. No procede. Supongo que ofendo o puedo molestar a muchas personas por nombrarlo. Lo siento, pero fue así y creo que debo decirlo, sin entrar en más detalles.
Para mí lo importante es que acabaron los ataques terroristas. Lo que merece la pena es la Paz y el intento firme de superar esa etapa tan dolorosa y traumática desde la veracidad por todas partes, desde todos los ángulos, desde todas las sensibilidades, para restañar heridas, hasta dónde sean restañables. Las vidas segadas ya no se pueden recuperar. Hubo otros tipos de víctimas de los que no se suele hablar. Personas que quedaron muy, muy marcadas. Algunas fallecieron, otras, a duras penas, arrastran sus tragedias como pueden, con o sin ayuda.
He escuchado noticias, entrevistas, comentarios...en la radio y en la televisión. Hoy, en mi colegio, he comentado la extraordinaria noticia. Mis alumnos de cinco y seis años no sabían, afortunadamente, nada de este tema. En un grupo de quinto de Educación Primaria, sin embargo, dos alumnas habían escuchado la noticia. Cuando he escuchado a algunos políticos que nuestros chicos y chicas no saben quién es Ortega Lara o Miguel Ángel Blanco, me sorprendo. ¡Por supuesto que no! Y no creo, salvo que estudien Historia como carrera universitaria, y se especialicen en el siglo XX y el inicio del XXI, deban saberlo.
No quiero acabar este escrito sin volver a repetir que, como maestro de Educación Primara que soy, sigo celebrando el Día de la Paz y la No Violencia cada 30 de enero con la misma ilusión que el primer curso, allá por 1992. Para mí sigue siendo el día más importante del año. Como decía el Mahatma -Alma Grande- no hay un camino para la Paz, la Paz es el camino.