Un interesante yacimiento paleontológico de grandes mamíferos en
Villarrubia de los Ojos, en el Monte del Sevillano.
Francisco Zamora Soria, julio de
2020.
El año 1968 tuvo lugar un
hallazgo paleontológico muy interesante para el conocimiento de la fauna primitiva
de Villarrubia de los Ojos y de la provincia de Ciudad Real. Del curioso suceso
se hicieron eco la prensa provincial y la nacional, concretamente, el diario Lanza
y La Vanguardia. Sin embargo, el hecho pasó al olvido y sólo los protagonistas
y muy pocos expertos lo recuerdan y conocen.
Todo empezó cuando Antonio
Sánchez-Crespo (1933) estaba haciendo un pozo en una finca de su propiedad, por
el Lote, concretamente en el Monte del Sevillano. Tras marcar el punto exacto e
iniciar la excavación, conforme iban profundizando, pusieron tres palos con un
carrillo, osea, una polea, para ir subiendo la tierra y las piedras en pequeñas
esportillas terreras. A los lados iban haciendo una especie de peldaños cavados
en la pared, las poyatas, para salir del pozo, sin necesidad de escalera
alguna. Un hombre se metía e iba cavando, picando y cargando las espuertas.
Otro, arriba, tirando de la cuerda, sacaba la tierra. Un tercero iba
esparciendo la tierra por las cercanías.
Todo iba según lo previsto cuando
Faustino, el trabajador que estaba metido en el agujero, notó algo extraño. El
pico con el que golpeaba en el suelo se clavó en un material diferente, más
frágil, con una textura que le recordó la de un tronco de un árbol. Al
decírselo a Antonio, el dueño, éste le dijo que no podía ser un árbol. Le pidió
que parara. Al observarlo, tuvo rápidamente la visión de que se trataba de un hueso de grandes dimensiones, de un animal de
otros tiempos. En realidad ya había observado algunos fragmentos de huesos, que
iba guardando en su casa.
Antonio Sánchez-Crespo recuerda
cómo tuvieron que romper una capa de unos dos metros de roca caliza, seguir
profundizando en materiales arcillosos y cómo llegaron a otra capa diferente
hasta que dieron con ese hueso de grandes dimensiones.
En ese momento dejaron el trabajo
y se iniciaron los contactos con los expertos. Así lo relataba en el diario
Lanza, el 27 de septiembre de 1968, el que hacía las veces de cronista o
corresponsal de Villarrubia de los Ojos, el veterinario don Ramón Crespo López,
bajo el pseudónimo de López Pintado:
“El estudio del cuaternario de
Castilla cuenta con nuevos datos científicos gracias a la diligencia de don
Antonio Sánchez Crespo que, al efectuar obras en un pozo de su propiedad,
encontró, a unos diez metros de profundidad, unos huesos de grandes mamíferos y
enseguida dio cuenta de ello al profesor Martín Almagro, quién lo comunicó al
departamento de Paleontología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de
Madrid.”
El mencionado Martín Almagro era, en realidad, experto en Arqueología
por lo que el hallazgo fue puesto en manos de paleontólogos, algunos de los más
prestigiosos de España, y de su alumnado. Sigamos leyendo la interesante
crónica de nuestro paisano, que dio lugar a otros artículos en diarios de
ámbito nacional como La Vanguardia:
“Profesores de este departamento han
visitado el lugar del hallazgo, acompañados por el señor Sánchez Crespo y han
tomado muestras de los sedimentos del pozo para proceder a su estudio
geológico.”
Coincide esta información con lo
que nos cuenta, con precisión y muchos detalles, uno de los testigos
presenciales, el joven que extendía la tierra que extraían del pozo, Concepción
Sepúlveda Rodríguez (1951): “Era una capa
con una tierra muy oscura, casi negra, como ceniza, como si fuera de una
laguna, con muchas almejillas, caracolillos y mejillones. Cogían las muestras y las metían
en bolsas de plástico, las ataban y les ponían una etiqueta”.
En esos momentos él contaba con
unos quince o dieciséis años de edad. Los detalles se le quedaron grabados en
la memoria ya que sentía verdadera fascinación por todo lo que tenía que ver
con la Naturaleza. Gracias a él pudimos empezar a buscar información sobre este
curioso suceso.
En cuanto a los responsables
académicos del interesante y nuevo yacimiento, el artículo de López Pintado
añadía:
“Los profesores y alumnos del
departamento de Paleontología de la Universidad de Madrid, don Francisco
Alférez (encargado de la Cátedra de Cuaternario y Paleontología Humana), don
Emiliano Aguirre (agregado de Vertebrados y Paleontología Humana), señorita
Carmen García Palacios y otros alumnos…”
No está de más aclarar que se trataba de los
mejores especialistas del momento, como se puede comprobar con sencillas
búsquedas en internet, en la Wikipedia
o, en el portal académico de Dialnet, de la Universidad de la Rioja.
Pero, sigamos con el relato. Los
paleontólogos forraron el gran hueso con escayola, para sacarlo entero. Fueron
varios los materiales óseos que recogieron,
más los que el dueño tenía ya en su casa. Allí estuvo el paleontólogo que
ejercía la dirección de esta excavación, el padre Aguirre, junto con una alumna
suya que estaba realizando ya la tesina, María del Carmen García Pozuelo. Con
ambos mantuvieron una relación de años, recibiendo sus visitas y colaborando
con ellos, especialmente en la toma de muestras de diferentes pozos y parajes,
como el hitar del Sotillo, por ejemplo. En casa de los Sánchez-Crespo los
conocían cariñosamente como “los de los huesos”.
Los huesos recogidos se
correspondían con un metatarso de “Parabos”, es decir, una especie ya
extinguida de gran bóvido, un antecesor del toro. Se trataba de un género con
gran variedad, en la que había especies de gran tamaño, que llegaban a pesar unos
setecientos kilos, y otras más gráciles
y menores. Lamentablemente no se pudo llegar a establecer a qué especie
pertenecían los huesos.
El género “Parabos” vivió desde
el Mioceno al Plioceno, entre los seis millones y un millón ochocientos mil años, en diferentes
países europeos.
Además, había restos de un
proboscídeo, un antecesor de los actuales elefantes, sin que tampoco se pudiera
identificar ni el género ni la especie. No está de más recordar que en los
relativamente cercanos (a unos cincuenta kilómetros en línea recta) yacimientos
paleontológicos de Valverde, Alcolea de
Calatrava y Piedrabuena, entre otras especies, se encontraron restos de varios
Anancus, “Anancus arvernensis” concretamente, un animal muy parecido al mamut.
Así lo explicaba el profesor Aguirre Enríquez a propósito del hallazgo
villarrubiero:
“…Los fósiles eran demasiado
fragmentarios para poder basar en ellos una conclusión precisa: se trata de un
metacarpiano incompleto de un proboscídeo no identificado, en estado de
deficiente conservación, y varios huesos
en buen estado del tarso de un Bovino, que sería con toda probabilidad un Leptobos, género antecesor del Bos al que pertenecen los toros
modernos, más grácil que estos, y que vivió en torno al mediterráneo durante el
Villafranquiense, esto es, en los medios continentales del final del Plioceno y
del Pleistoceno inferior…”
Así, vemos como el yacimiento
tiene una edad Villafranquiense, que lo sitúa hace unos dos millones de años. En
cuanto a la noticia aparecida en La Vanguardia hay que aclarar que sitúa el
hallazgo en los Ojos del Guadiana, pero verdaderamente se produjo a bastantes
kilómetros de distancia. Y, en el artículo consultado sobre las aportaciones
del profesor Emiliano Aguirre se ha debido producir un pequeño error y en vez
de tener lugar el descubrimiento de estos restos en 1963 tuvo lugar en 1968.
La información que he utilizado procede
del diario Lanza de 27 de septiembre de 1968, de La Vanguardia, de 2 de octubre
de 1968, de Antonio Sánchez-Crespo, de Concepción Sepúlveda Rodríguez, del
artículo de Begoña Sánchez, María Dolores Pesquero, Susana Fraile y Manuel J.
Salesa y otro de Emiliano Aguirre, así como de la Wikipedia, en español e
italiano.
Para ir concluyendo, debemos
pensar que se trata de uno de los muy escasos yacimientos de este tipo de la
provincia de Ciudad Real, que, junto con los de Valverde, Alcolea de Calatrava
y Piedrabuena, aportan una muy valiosa información sobre la fauna de los
últimos millones de años.
En la actualidad el paraje está
cultivado de viñas y cereales y es llano, con una ligera ondulación. Con una
altitud de unos 620 metros sobre el nivel del mar, se encuentra en las
cercanías del paleocauce del río Gigüela, también cerca del Guadiana. Los
suelos son arcillosos con abundantes piedras calizas.
El pozo se encuentra cubierto con
unas vigas y con una capa de un metro, aproximadamente, de tierra, según nos
dice su propietario, Antonio Sánchez-Crespo, a quién debemos reconocer su
mérito y sensibilidad así como su buena
disposición y diligencia, como decía Ramón Crespo, en su artículo.
Sería muy interesante que se
pudieran organizar algunas jornadas de estudio y divulgación de estos temas en
Villarrubia de los Ojos y que se pudiera señalizar convenientemente el paraje.
Hueso del yacimiento de las Higueruelas, Alcolea de Calatrava, Ciudad Real, de un "Anancus arvernensis", parecido al hallado en Villarrubia de los Ojos. Diapositiva analógica 1993, FZS.
Antonio Sánchez-Crespo en la finca en la que encontró los restos de mamut y de un gran bóvido, un "Parabos", el 30 de julio de 2020. Foto FZS.