El río Guadiana sigue exhausto.
Francisco Zamora Soria. 18 enero
2020.
Maestro de Educación Primaria.
Geógrafo. Ecologista. Fotógrafo.
Me asomo, otra vez, a este espejo
triturado por la apisonadora del desarrollismo.
-¿Qué es esto? - me pregunto.
-¿De qué estoy hablando?- Se me
puede contestar.
Veamos. Voy por un camino, perpendicular a una carretera
comarcal. A mi izquierda hay unas ligeras lomas de tierras calizas, con
abundantes piedras. Las más grandes han sido amontonadas en los bordes de una
ligerísima depresión. Abundan los cultivos de cereal, viñas en espaldera y
olivos. Recordemos que dónde había mil seiscientas parras (vides) ahora se
plantan dos mil doscientas. De la prohibición del riego se ha pasado casi a la
irrigación obligatoria, con un grado de subvención entre la cuarta parte y la
mitad de las inversiones por parte de las instituciones. A lo lejos, fincas más
grandes, con sistemas de regadío gigantescos, los llamados “pivot”, ponen de
manifiesto el trasfondo agro-político en el que estamos.
A mi derecha, en ese terreno que
está a escasos metros de desnivel en las zonas más bajas, hay algo de
vegetación palustre, seca, sobre un fondo alterno de grises, negruzcos y
blanquecinos. Cubren el suelo los restos de las plantas anuales, ya de invernada,
muertas y, a rodales a veces muy amplios, las tobas, también grises, con
algunos ejemplares tronchados o inclinados.
La sensación que me produce es de
desolación, de abandono, de profundo destrozo, cargado de soledad y olvido.
Un conejo se mueve e inicia su
rápida huída. Al otro lado de este espacio incierto y, de alguna manera,
innombrable, sobre una siembra, planea un busardo (Buteo buteo), al que antes
llamábamos ratonero, un ave rapaz de medio porte. Afino la vista. En realidad
persigue a escasos dos metros a una urraca (Pica pica). Hacen quiebros, suben,
bajan, se posan muy cerca el uno de la otra.
Me salgo del camino, sorteando
esos montones de piedras calizas blanquecinas de entre quince y cuarenta
centímetros, jaspeadas con grises superpuestos con algún toque amarillento.
Siento el suelo como mullido, casi acolchonado, que cede ligeramente bajo mis
pies. Desciendo más y ya solo piso carrizos (Phragmites) y aneas (Typha) que
tapizan el suelo. Subo un desnivel de dos metros y medio y vemos agujeros de
diferentes tamaños y formas por todas partes. Madrigueras de conejos,
abandonadas y recientes, hoyuelos de haber excavado hace un rato un conejo,
socavones que muestran, a su vez, agujeros que se dirigen hacia los laterales o
hacia el fondo. Hay pequeños caparazones de caracolillos, ya blancos, sobre la
tierra gris o negra, por todas partes. También se ven cartuchos y algún que
otro resto de cemento, o quizás de un tubo de metal.
Miro hacia el Oeste, miro hacia
el Este, y contemplo esta herida no curada del paisaje.
Sigo andando y mi amigo
Conce Sepúlveda Rodríguez me muestra un agujero de algo más de un metro
cuadrado de superficie por el que, al anochecer, se ve el humo de la turba
ardiendo. Lo descubrió David García Urda el primer día de este 2020.
Seguimos
caminando. Volvemos sobre nuestros pasos. Cogemos el camino subparalelo más
cercano. Aquí también se ven las piedras, junto a un zanjón hecho con máquinas
hace ya medio siglo. Más arriba - ¿río arriba?- se ve un montículo, una motilla de
la Edad del Bronce Manchego, expoliada y destrozada, como el resto.
Vamos al
colapso (hundimiento) del Rincón, de hace ya unos años. Los agentes erosivos lo
han ido lodando, con sus orillas, desgajándose con resquebrajaduras de varios
metros de longitud y profundidad. Parece que estamos en otra motilla,
desmochada, sobre la que se instaló una explotación agrícola en la posguerra,
para poner en cultivo el cauce del río, haciendo recintos con piedras y tierra.
¡Eran campos de arroz!
Sí, quizás ya se haya adivinado,
estoy en lo que fue el nacimiento del río Guadiana, en sus primeros kilómetros
de recorrido.
Pero ¿se puede llamar río a un espectáculo como éste? ¿Cauce? ¿Álveo?
Paleocauce se me antoja demasiado lejano en el tiempo.
El Guadiana es uno de los siete
grandes ríos de la Península Ibérica. Desde su nacimiento, en los Ojos, su
caudal no se interrumpía estacionalmente, como ocurría en otros muchos
afluentes, incluyendo al cercano Gigüela.
Su nacimiento era debido al rebosar
natural del gran acuífero manchego. Hay estudios geomorfológicos que afirman
que ese nacimiento -o renacimiento, si se siguen la teoría o el relato
tradicional-actual, en realidad, son restos de un paleocauce en el que se
observaron huellas de meandros encajados. Lo describía el doctor en Geografía
don Julio Muñoz.
Ese cauce tan ancho, en una
llanura, sin sistemas montañosos cercanos, era todo un misterio, un verdadero
enigma geográfico. El Guadiana, así, era un río mítico, atípico, muy literario
y sugerente. Aparecía no solo en el Quijote sino en el habla de la
calle… ”apareces y desapareces como el Guadiana”, se suele decir.
El Guadiana, a escasos metros de
los primeros manantiales, ya tenía una anchura extraordinaria. Era una especie
de pantano, jalonado por pequeñas presas que derivaban el agua a los molinos y
al batán que extraían riqueza de una forma sostenible. Sus aguas, lentas,
abundantes, transparentes, cristalinas, dulces, de sabor suave y agradable, no
en vano, habían atravesado, en su alumbramiento, un filtro natural inmejorable.
Se trataba de una turbera de varios metros de espesor. Carbón vegetal, al fin y
al cabo, que se fue formando a lo largo de los últimos diez mil años.
Su cauce, en el mapa topográfico
nacional (a escala uno cincuenta mil) de Daimiel (número 760), en la edición de
1952, aparece como una mancha azul, disimétrica, enorme, que nos transporta, de
alguna manera, a una realidad hoy robada. Esa mancha cartografiada con rayitas
azules, tenía, en estos parajes, entre uno y dos kilómetros de anchura.
Yo, modestamente, ya dije en
1999, en el prólogo de un libro titulado “Poesía para salvar ríos” que quizás
esas líneas azules del mapa se deberían cartografiar en rojo, incluyendo los
terrenos usurpados o anexionados.
Hoy, en 2020, todo está seco y,
lo que es peor, prácticamente en su totalidad, muerto. Los incendios
subterráneos han vuelto a activarse.
Es cierto que tuvimos unos años
con pluviometría muy favorable y es de suponer que con disminución de la
extracción de agua (se decía que, además de las lluvias, la crisis económica
había silenciado muchos motores y bombas).
El agua volvió a aparecer en los
Ojos. En el cauce, raquítico ya, se notaba también la ligera recuperación.
Ahora, los tarayes (Tamarix) han
prosperado y señalan ese exiguo pero incipiente camino de vida.
Pero los riegos siguen extrayendo
mucha más agua de la que se debería. Los niveles freáticos bajan y volvemos a
estos terrenos espectrales, kafkianos, reflejo del momento esperpéntico que vivimos: más
palabras y más imágenes que nunca
parecen querer ocultar la verdad. ¡Extraña y dolorosa paradoja!
Nos recuerda a
los cruceros y cayucos surcando los mismos mares, con precios incluso
superiores de los segundos. Es el mundo “equis punto cero”.
A escasos metros,
un Espacio Natural Protegido, Parque Nacional, Z.E.P.A., Reserva de la
Biosfera, humedal Ramsar…las Tablas de Daimiel, mantenidas
hiper-artificialmente, mostrando a los visitantes una gran falacia, haciendo
las veces de trampantojo, de un decorado, de un telón de fondo, ocultando el
tremendo desastre ambiental de la conocida como Mancha Húmeda.
Se acuñó un
término científico, el de ”daimielización”, doloroso y humillante para Daimiel y su
gente. Quizás deberíamos llamarlo directamente “macro estafa ambiental” y no
particularizar en un municipio.
En estos años se ha escrito
mucho. Tesis doctorales, trabajos de investigación de todo tipo, materiales
divulgativos, prensa, informes, poesía, como la de Miguel Galanes, o prosa
intensamente poética, como la de Francisco Gómez-Porro, textos en internet … han
venido a describir este escenario de destrucción.
Yo escribí, el 9 de octubre de
2002, en el periódico La Tribuna de Ciudad Real, un artículo titulado “El río Guadiana está
exhausto” (Sección de Opinión, pág. 28). Hoy, casi dieciocho años después,
vuelvo a lo que fue el río Guadiana. La realidad ha cambiado muy poco. Cierto
es que se han hecho avances, como la señalización del Dominio Público
Hidráulico.
Ahora que arde Australia y el
movimiento internacional, ecologista y pacífico “Extinction Rebellion” corta
una de las calles más importantes de Madrid, una mujer, manifestante anónima,
aparece con un brazo en llamas. Buen símil de nuestro maltrecho Guadiana en sus
primeros kilómetros, que lleva así, con un breve paréntesis, desde 1984.
Algo –esperamos que
mucho-tendremos que hacer.
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