A propósito de la conversación: la regla de los tres minutos o los espaguetis sin tomate.

 Hace unos días un amigo comenzó a hacer un gesto a otro, mostrándole tres dedos de la mano derecha. Eran los dedos corazón, índice y pulgar, extendidos, y los otros dos estaban recogidos. Como lo hizo repetidas veces y yo no conocía el significado me dijo:

-¿Tú no lo sabes?

-No, la verdad.

-Pues que cuando alguien habla mucho hacemos ese gesto de los tres dedos, es decir, que como máximo se puede hablar tres minutos seguidos, hay que dejar tiempo para que todo el mundo intervenga.

-¡Ya estamos!-intervino uno de los presentes al que se dirigía el gesto- pero si estamos hablando todos, ¿a que sí?

-Paco, Jose, Jaci...vosotros ¿os ha dejado hablar?

-Sí, sí...

-Bueno...

-Yo es que acabo de llegar, estaba pidiendo.

-¡Lo ves!, pero si estamos hablando, ¡qué manía, oye!

-Ya, ya, pero tres minutos -y volvió a mostrarnos la mano con los tres dedos abiertos.

Y esto viene a colación con los llamados espaguetis sin tomate debido a que en una revista de Inglés para estudiantes del idioma, en una conversación se decía algo así como que "algunas veces no pasa nada porque los espaguetis (o los macarrones, no lo recuerdo) vayan sin tomate". Hablaban de escenas relacionadas con el cine y con la violencia. 

Pensé, cuando lo escuché, que esa imagen era lo suficientemente expresiva para hacer ver que determinadas acciones, hábitos o conductas podían cambiarse...a mejor. Por ejemplo, la persona que "lo cuenta todo" -a esas situaciones o personas las llamo "pedeefe" (PDF)- sea cual sea el contexto, o la que expresa opiniones demasiado detalladas, o se aventura a narrar algo de alguno de los presentes, o se llega a la intimidad de otras personas...en realidad, a mi juicio, no está manteniendo una conversación sino dejando caer un buen chaparrón verbal, o realizando un bombardeo o regando profusamente por aspersión...

Y es que una conversación que se precie es, a mi modesto y particular modo de ver, otra cosa diferente. Porque hay mucha diferencia entre una conferencia, una lección magistral, un mítin, una homilia o una arenga y una conversación. Siempre nos decían en el colegio la diferencia entre diálogo y monólogo y de eso se trata. En el aula de Primaria, por ejemplo, es bastante frecuente decir al alumnado que determinados detalles de la vida familiar no se hablan en público, porque hay niños y niñas con cinco y con seis años que todavía no lo saben. Para los adultos es socorrido eso del "sin entrar en detalles".

Además, los saludos, los intercambios verbales orales, tienen sus normas, sus tiempos, sus "dosis", sus contextos...Y, como sabemos, lo que puede ser una vía de comunicación se puede convertir, y de hecho se convierte, en un diálogo de sordos, en un sálvese quién pueda, en una carrera de obstáculos, en toda una batalla de intereses, en una pugna más o menos abierta, en un ataque, en una competición, en un ejercicio de lucimiento o de ninguneo o desprestigio y ridiculización del otro...Manifestaciones todas de que algo no va bien en esas cabecitas parlantes y atacantes. 

Siempre he mantenido desde que, ya como maestro de Educación Primaria fui consciente de que la legislación educativa dejaba taxativamente claro que el aprendizaje de la expresión oral debía siempre priorizarse frente a la escrita, qué era prioritario y qué no.

 No siempre ha sido ni es así ni se comprende y cumple ese orden de prelación. Y así nos va. Lo cierto es que aprender a conversar, supone, sobre todo, saber escuchar y ser capaz de hacerlo. Y hablar es una de las actividades más maravillosas del ser humano pero también una de las más difíciles y peligrosas. Baste una breve reflexión para concluir. Es muy frecuente oír eso de que fulanito habla mucho o que tal persona habla muy bien pero nunca (casi nunca) decimos que alguien sabe escuchar o, sencillamente, que se calla muy bien. Definitivamente, no pasa nada porque algunas veces los espaguetis vayan sin tomate y la regla de los tres minutos puede ser una herramienta muy útil.