Me llamas como un pétalo caído de cualquier jara, como la forma de una pequeña semilla,
como una piedra que lleva millones de años vagando,
a pesar de ser inerte.
Me llamas como un élitro despojado de un ser que perdió el vuelo,
como la puerta de acceso a un hormiguero
o al nido de una avispa solitaria.
Como la pluma del jilguero
o de un gorrión,
como el abrojo con sus protecciones portentosas,
como la circunferencia que describe esa matilla,
de apenas unos centímetros al girar con el aire sobre la arena.
Me llamas como la estela y los hoyuelos que deja momentáneamente la gamba duende en el agua, - lienzo tan efímero- embarrada en un charco,
habiendo eclosionado para vivir unos días y, quizás, perpetuarte por años, en un curioso quiste, también imperceptible, blindado, anclado o divagante.
Me gritas, como la huella brillante de la babosa, como los churrillos de barro de la lombriz de tierra, como la camisa, increíble, de la culebra, con sus protectores oculares,
como el hongo que se encarama en un tronco, en una piña o reposa en ese árbol caído.
Me susurras como esas florecillas de milímetros, hermosas, profundas y refulgentes y, otra vez, sublimes.
Me hablas a lo más profundo de un alma que, a veces, se retrae, se encierra, se protege y quizás huye de si misma.
Me escribes tu mensaje esperando que te pueda leer y, créeme, eso es lo que intento, entenderte, conocerte, disfrutarte, recrearte, transmitirte, respetarte y quererte...
diminuta, huella, casi imperceptible, en la playa de medio palmo de arenilla en un charco...en mitad de un camino.
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