Parece evidente que estamos viviendo un período tenso, difícil políticamente, y no sólo por la pandemia de coronavirus. En el caso de España todo parece indicar que la ausencia de un liderazgo claro por parte de algún partido político ha supuesto que se puedan formar gobiernos sin haber conseguido mayorías absolutas (cuya definición siempre me ha parecido inadecuada, por cierto). Además, el gran crecimiento de dos partidos políticos más, ha hecho que la situación aparezca más confusa todavía.
Así las cosas, dependiendo de con quién nos topemos, podemos escuchar opiniones diametralmente opuestas. Esto no es nuevo ni, de entrada, tiene nada de negativo ni de preocupante. Lo que sí inquieta es que ahora, un buen número de personas se sientan "en la trinchera" en prácticamente todos los momentos del día, y de parte de la noche. Así, mantener una conversación resulta sinceramente difícil con esos aguerridos defensores de sus partidos o coaliciones. Y lo mismo ocurre con sus terribles adversarios que, parece ser, abogan incluso por el golpe de estado y la instauración de una terrible dictadura de corte fascistoide.
Lo que para unos es una verdadera amenaza para España para otros es, sencillamente, su salvación frente a la ultraderecha que avanza. De un lado, los comunistas bolivarianos, y del otro, las huestes de Santiago Abascal como máxima representación del mal, aunque no tengan poder.
Así las cosas, se escuchan juicios de lo más exagerado llegando a la verdadera aberración. Desde que el gobierno actual, con su presidente Pedro Sánchez a la cabeza, nos quieren matar a todos hasta que el líder de Vox será el próximo presidente de gobierno hay un elenco muy amplio de opiniones para todos los gustos. Y entre medias, siguen los llamados "escraches" (acoso, coacciones, amenazas, ...) de un lado y del otro. Sigue la confrontación sin sentido. Sigue el insulto y la descalificación como forma de ¿comunicación?
Hay quiénes opinan que, en esta situación, no se puede mantener una postura neutral. Ahora, ponerse de lado o intentar ser objetivo o mantenerse equidistante es ya una opción inaceptable.
Por alguna razón que desconozco y que creo que no está escrita ni en la Constitución Española, ni en los documentos oficiales de la Unión Europea ni en la Declaración Universal de los Derechos Humanos ni en ningún código de ningún tipo (que no sea el del ojo por ojo) ahora, mantenerse al margen de la discordia, de la confrontación, de la falta de respeto y a la verdad...son algo así como un delito.
Santiago Segura, el actor y director de cine, por ejemplo, ha tenido recientemente un encontronazo en "Twitter" por su supuesta tibieza.
Es una pena que haya personas que tengan ese grado tan intenso de beligerancia verbal y política que les haga ver alucinaciones y hasta monstruos. Y estoy hablando, por igual, de ambos lados, dejando claro que mi visión de la realidad en tridimensional, como mínimo (y no "lineal", de derecha o izquierda), y cromáticamente, muy rica.
Yo creo que lo que procede es, como mínimo, guardar las formas de cortesía. Renunciar al insulto, a la descalificación a la generalización la particularización, la exageración, la minimización...El camino sólo puede ser el diálogo, el intento sincero de cooperación y, si no fuera posible, de "batirse", llegado el momento, en las urnas.
Yo creo que la oposición tiene todo el derecho a hacer crítica. Y en la misma medida, el gobierno tiene que gobernar, con o sin la aprobación de sus adversarios.
El virus del coronavirus y los efectos que está provocando no son motivo para esta pérdida de papeles y de respeto de las normas. No es fácil presidir, coordinar, dirigir y, en situaciones excepcionales como las que estamos viviendo, menos aún. Pero dicho esto, las personas que están al frente de las instituciones tienen el deber de redoblar esfuerzos, de no faltar a la verdad y de no perder la capacidad de diálogo, de escucha y de colaboración.
No es cierto que algunos estemos banalizando, normalizando o justificando actitudes o posiciones totalitarias. El derecho a disentir, a criticar, a opinar diferente, no se puede eliminar por un cierre de filas, como parece estar ocurriendo.
El "conmigo o contra mí" o el "eres mi amigo o mi enemigo" son un grave error, una postura cercana a una patología de la convivencia. Ese no puede ser el camino. Como no puede serlo el continuado acoso a personas como un vicepresidente de gobierno y una ministra, la burla continua con conceptos tan tan endebles y burdos como "el casoplón" en un país, por cierto, en el que tantas casas enormes hay.
Estoy seguro de que la inmensa mayoría de españolas y españoles, y de los cientos de miles de extranjeras y extranjeros que aquí viven, pensamos que no merece la pena esa confrontación. Y no queremos, ni locos, oír esos argumentos tan extremos, tan agresivos, tan violentos, que no conducen a ningún sitio bueno.
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