En los años cincuenta del siglo XX el escritor vasco Pío Baroja escribió una novela en la que describía brevemente un río. Decía que era una serpiente luminosa. La imagen es de lo más llamativa y evocadora y, al leerla, me trajo a la memoria los ríos Gigüela y Guadiana. ¿Qué queda de estos ríos? ¿Los podríamos llamar como don Pío Baroja?
En estos tiempos en los que los agricultores exigen precios dignos para sus productos y agua para sus cultivos resulta sorprendente que no nos acordemos de nuestros ríos, las venas unamunianas del paisaje, echando mano de otra metáfora noventayochista. En estos meses de pocas precipitaciones y muchas manifestaciones se piden trasvases del río Tajo y se niegan a reducir en un diez por ciento el consumo de aguas subterráneas. También se niega, como decía la geóloga, doctora Mediavilla, el desembalse de la presa de Peñarroya, y otras, me atrevo a decir.
Vivimos tiempos de polémicas y movilizaciones, de promesas, proclamas, proyectos...Tiempos de palabras sin agua en los ríos. Ríos al cero por ciento frente a tanto y tanto argumento. Tiempo de serpientes muertas, apagadas. Tiempo de venas secas.
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