Hace unos días un amigo me habló de una de las extremas políticas. Hacía referencia a una pseudonoticia, es decir, algo ocurrido que no tiene en realidad la importancia, la trascendencia ni el interés para convertirse en noticia. Es curioso que es tipo de hechos salten a los informativos, periódicos, redes sociales y a nuestras vidas. De pronto, una anécdota negativa se convierte en el centro de atención, de comentarios, de reflexiones, de tomas de postura, de posicionamientos y, se hila, falazmente, a toda una argumentación sin sentido. Los participantes en programas de radio y televisión opinan, hablan, obvian los detalles y hasta el verdadero trasfondo, y lanzan sus diatribas. Y lo peor es que, lo que no pasa de ser, por ejemplo, una bravuconada, un acto aposemático sin más, para muchas personas, se convierte poco menos que en una ofensa, en una razón, en una justificación de todo un discurso segregador, clasificador y erróneo. Una especie de dinamizador o acelerador de ideas, sentimientos y datos, aunque sean falsos.
Así, se pueden entender esas posturas conversacionales tan al dictado, de nuestra actualidad política. Por un lado, los malos de la extrema derecha. Por el otro, los malos de la extrema izquierda. Los unos y los otros representan lo peor de lo peor y son capaces de todo...lo malo que se nos pueda ocurrir. No merece la pena entrar en detalles, ni en apelativos ni en las ideas manidas de unos y otros. Lo curioso es que están hay las etiquetas, con muy pocas ventajas, por no decir ninguna. Y detrás de esos adjetivos, de esos epítetos, de esas expresiones tan simples y simplificantes, hay personas. Hay personas con nombre y apellidos que, como nos podemos imaginar, son normales y corrientes e intentan llevar vidas normales y corrientes. Siempre se podrán hacer tantas excepciones como sean necesarias pero lo cierto es que las denominaciones no son uniformes ni túnicas ni raíles o carriles de los que no se pueda salir. Desde luego no deberían servir para apartarnos unos de otros, para estigmatizarnos, para detestarnos, despreciarnos, criticarnos y hasta odiarnos.
De manera que quizás sea interesante obviar tanto señalamiento, tanta trivialización de la vida política y social y tanto desvío de lo verdaderamente importante.
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