La vida nos va llevando. Es cierto que podemos salirnos del guión, que podemos tomar las riendas, que podemos decidir y hasta revelarnos con lo que podría llamarse destino. Pero muchas veces la realidad nos impone un camino no buscado, no deseado e incluso, no imaginado.
Así, aunque se quiera tener una buena relación con todo el mundo, los hechos nos condicionan, y nos obligan a modificar nuestros quehaceres y hasta nuestras emociones y sentimientos. Si se sufre una agresión, si te insultan, si faltan a la verdad, si te quieren quitar tu tierra o tus derechos, algo tenemos que hacer.
Lo ideal es no caer en la provocación ni perder las formas, tan importantes en la convivencia pacífica. Y, por supuesto, no recurrir nunca ni a la violencia ni a la venganza ni al ojo por ojo, tan frecuentes en nuestro mundo y en la potente y abundante cultura cinematográfica.
Se abre un nuevo camino por el que no teníamos previsto transitar. Se nos brindan ocasiones para demostrar nuestro temple, nuestra consistencia ante esas faltas de respeto y esas carencias institucionales, cuando se dan.
Visto así, en realidad se trata de una posibilidad, de una oportunidad, de una especie de camino alternativo a la mera confrontación.
Tras los necesarios contactos verbales, orales y escritos, siempre desde el respeto, se puede recurrir después a los trámites administrativos y judiciales. Tal y como están las cosas, lo normal es que todo vaya lento, o que no vaya. Que no te escuchen, que te malinterpreten, que te juzguen antes de tiempo o que sea más cómodo mirar para otro lado, lavarse las manos y desentenderse del conflicto.
Pero la causa sigue ahí, como aviso, como llamada, como alarma.
Es posible que esa administración, uno de los tres poderes de nuestro sistema social, la Justicia, concretándose en una jueza, en un juez, en un fiscal, o en varios, decidan, una y otra vez, no entrar en la materia. Quizás no te escuchen, quizás incluso te obliguen a callar, Quizás tengas que pagar por un servicio verdaderamente no recibido. Pero es más, puede que la abogada que dos días antes te llamó para ofrecerte un trato, ahora, delante de la jueza, te acuse a tí de todo lo que te ha venido haciendo su defendido. El mundo al revés. El agresor acusa al agredido. La persona que te ha provocado daños, que te viene faltando al respeto, que ha mentido, que te ha amenazado, por arte de este sistema en el que una persona no se puede defender, te acusa falsamente de todo lo que en realidad te ha hecho. Blanco sobre negro, y grabado en vídeo y en audio, y quizás en las notas manuscritas o telemáticas de los representantes de la Justicia, queda dicho justo lo contrario de lo denunciado. Dónde una persona intenta una y otra vez arrebatarte, por ejemplo, una parte de una finca comprada, te dicen que eres tú quién quiere quedarse con la finca del acusado. Te dicen que acosas, que causas daños, cuando es justo al contrario. Cuando existen pruebas, cuando existen ya varias denuncias, declaraciones y juicios previos.
Tienes que esperar un año para leer la sentencia que viene, en realidad, a no sentenciar nada, o sí, no se sabe. Te dice la sentencia que no ha lugar a efectuar un deslinde de dos fincas porque los límites de ambas están claras. Sin embargo, el juez anterior dictó que no había delito puesto que se trataba de un problema de lindes, y que había que proceder judicialmente en ese sentido. Curiosísma coincidencia con la postura del abogado del acusado. Se trata de un problema de lindes, decía. Te obligan a pagar pero todo sigue igual. Tu vecino sigue causando daños, entrando y saliendo y haciendo su labor profunda en tu finca, rebasando abiertamente los límites.
Denuncias solicitando un deslinde, y pierdes y te dice la jueza que no ha lugar, que no hay problema de lindes. ¡Muy extraño que una figura con forma de casi un triángulo se transforme en un rectángulo!
Y te vuelves a encontrar indefenso, sin saber a quién recurrir. Tras varias incursiones, siete, por ejemplo, decides llamar por teléfono, y recibes insultos, nuevas amenazas y mentiras y ofensas incluso hacia personas que ya fallecieron. Aparecen curiosos argumentos que no se sustentan y se va descubriendo y describiendo la verdadera razón de ese gran agricultor que dice no necesitar dinero, porque tiene mucho. Surge una verdad oculta que hunde las raíces en una anécdota de la infancia. Se hace voz esa envidia o resquemor u odio, enquistados en la apariencia de una simple labor agrícola.
Ante el juez, ante la jueza, se niega todo. En persona, se profieren amenazas, se dicen mentiras y se niegan las evidencias. Las fotografías aéreas no valen. Los documentos como las escrituras no valen. Los testimonios de las anteriores propietarias no sirven. Nada sirve. ¿Te molestan las parras que he puesto? ¿Han quedado pocas anchuras? Pues arranca tus árboles, y así tienes más anchuras.
La historia de este intento continuado de usurpación de tierra ya lleva cinco años, o más. El artífice es un agricultor, un gran agricultor. Los metros cuadrados de mi finca que pretende incorporar a su finca deben rondar los doscientos o trescientos, a ojo, Sin embargo, su finca tiene unos doce mil. Argumenta, en realidad afirma, ¡que me quiero quedar con todo! Son muchas las hectáreas que tiene y, según se comenta, es uno de los que más frutos coge de todo el municipio.
Es sorprendente cómo algunas personas, sin ni siquiera escuchar los pormenores o conocer la realidad, toman partido, a ciegas. Parece como si sociológicamente, humanamente, un trabajador manual, un agricultor, tuviera que llevar razón o ser defendido, frente a los que no trabajamos en el campo, ni físicamente.
Hay una parte ya, de entrada, en esa primera toma de contacto y de posicionamiento, que está perdida. Para muchas personas no realizar un trabajo físico ya es un demérito, y hay muchas formas de expresarlo o escenificarlo. Los que llevan corbata, los del traje, los que no tienen callos en las manos, los que no pasan frío ni calor...los que no sudan ni tiritan, los señoritos, los chupatintas, los de las oficinas, los de la ciudad...parecen haber perdido una parte importante de credibilidad y de respeto y de derechos. Uno de esos derechos es el de ser tratado y juzgado con ecuanimidad. Es decir, yo puedo no ser agricultor pero si la persona que quiere arrebatarme mi propiedad es agricultor no debería importar. Vivimos en un sistema socio-político en el que se respeta la propiedad privada. O eso se dice. En el Juzgado de Daimiel parece que hay profesionales que no lo interpretan así.
El nombre y apellidos de esta persona no merecen la pena, por el momento. Como tampoco los de los jueces que se han quitado de en medio, ni de los abogados que tan curiosamente faltan a la verdad y acusan, preparando el camino. Son muchos los detalles que podría contar. Con sólo cinco frases dichas se podría conseguir una especie de retrato rápido, algunas apenas si las he explicado someramente.
Lo cierto es que ante estas situaciones tan desagradables hay que mantener la calma, respirar profundo y no dejarse caer en las provocaciones.
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