martes, 10 de octubre de 2017

Cuando la burocracia educativa impide o dificulta la docencia.

Cada día la labor docente se ve mejorada o facilitada por nuevos avances de todo tipo, a pesar del discurso falaz y malintencionado de los "cacomitos" (o mitos malos, neologismo introducido por el que escribe en este momento) como el del "fracaso escolar" y otros por el estilo.



Así, una mirada atenta a nuestras aulas, a nuestros centros educativos en general o a las estadísticas deberían servir para comprobarlo. Sigo recomendando pensar detenidamente sonre el tema sin apasionamiento, sin nostalgia, sin tópicos, sin dulcificaciones...y leer textos como los de Luis Bello en sus crónicas denominadas "Viaje por las escuelas de España". No hace falta leer los cuatro tomos en los que se agruparon sus cientos de artículos periodísticos que consiguieron movilizar la llamada opinión pública de aquellos difíciles años y provocar cambios legislativos. Basta con ir leyendo artículos sueltos para hacerse una idea. De unos años antes se puede leer lo que escribían autores como el mismísimo Baroja o Eduardo Benot... También, dependiendo de la edad, se puede recordar, comparar o preguntar a personas mayores.


Dicho esto, no debemos caer en el conformismo y la peligrosa autocomplacencia. Antes, siempre en realidad, hubo buenos maestros y maestras, buenos alumnos y alumnas y buenas prácticas. Todo tiene ventajas e inconvenientes.
Así, teniendo una idea clara del momento en el que nos encontramos y sabiéndolo valorar en su justa medida, es como abordamos la cuestión de algunos aspectos de la actual ley educativa (¿ley? ¿la LOMCE? en realidad es una ley que dice querer mejorar la anterior, sin derogarla, un artificio legal y político que ya de por sí merecería algunos comentarios).
Una de las particularidades del tiempo que nos está tocando vivir es la transición entre el mundo del papel, de la realidad física contante y sonante, al de la llamada realidad virtual, los medios informáticos y eso que se suele denominar "la red" o "la nube".


Ahora el profesorado, parece ser que obligatoriamente, debe, entre otros trámites, evaluar con aplicaciones informáticas o, quizás fuera más preciso decir, grabar y conservar la información de forma virtual. Además, desde hace tres cursos, se viene realizando la llamada evaluación inicial con todo un protocolo burocrático, que es el que inicialmente provoca este artículo.
Sin entrar en detalles, que sería "lo suyo", por cierto, lo que está ocurriendo es que esta burocracia en realidad impide o dificulta ese proceso complejo y que siempre se hacía de la evaluación inicial.
Ahora, lo que prima es el trámite; que quede constancia; que se haga la reunión de forma formal, valga la redundancia; que se cumplimente un acta; que se "suban" las notas (¡notas!, ¿a un mes del inicio del curso, cuando a veces se han hecho pruebas a los dos días de empezar el curso?...);...y todo eso supone tiempo y esfuerzo.
Curiosamente esas "notas" no se entregan ni comunican ni al alumnado ni a las madres y padres en su momento pero, sorprendentemente, si aparecerán en los boletines de notas de la primera evaluación, ¡tres meses más tarde!
Pero lo grave, bien, en realidad, lo triste, es que hay profesores y profesoras que dicen que ahora tienen un peor conocimiento del nivel de su alumnado que antes, cuando se hacía también evaluación inicial, pero no necesariamente había todos estos requerimientos organizativos comunes.
Decía una profesora en un foro que también es triste tener que mentir tan descaradamente en esas notas ya que las pruebas suelen dar muy malos resultados...Es como para pensárselo.
¿No sería mejor establecer un marco flexible dentro de la propia lógica pedagógica? ¿No debería primar el fondo sobre la forma? ¿Lo importante es dejar constancia de que un alumno o alumna, durante los primeros días del curso tenía determinado nivel -muy cuestionable en un alto porcentaje-o que el profesorado se haga una idea del nivel del alumnado, detecte carencias, errores, problemas y niveles para empezar a trabajar?
Se puede decir que ambas pero no suele ser tan fácil. Veamos un ejemplo. En el programa informático oficial se pueden registrar las calificaciones y la cifra...y punto. "Bien, 6". En el registro del profesor o la profesora solemos escribir más, con comentarios más expresivos, más descriptivos, que nos orientan mucho más y que no dejan (o pueden dejar) ese "impacto" negativo, en casos como el de la persona que lleva un suspenso o una nota brillante sin corresponderse con la realidad, aunque sea "a toro pasado".
La evaluación debe servir al profesorado y a  todo el equipo docente y, en casos muy concretos, a la madre o padre, pero no le encontramos ningún sentido que se quede grabada en documentos oficiales virtuales y materiales ni que trascienda el ámbito puramente profesional.
Todo lo expuesto es solo un ejemplo de lo que está ocurriendo desde que se implantara esa ley que en realidad no lo es y que venía, según su denominación, a mejorar la calidad, reconociendo de alguna manera que había calidad, pero con un enfoque muy criticado desde prácticamente todos los puntos de vista y desde diferentes disciplinas.


Así, hay trabajos publicados cuyos títulos son verdaderamente elocuentes. Recordamos, por ejemplo "Nos quieren más tontos. La escuela según la economía neoliberal" de Eduardo Luque y Pilar Carrera. Editorial El Viejo topo. Nos recuerda a otras tantas lecturas y al fuerte contraste que hay frente a los muchos avances que supusieron leyes como las denostadas y criticadas hasta el absurdo "Ley General de Educación" de Villar Palasí, la LOGSE o la LOE, esta última, con matices.
Ojalá llegue el momento de abordar una nueva ley de Educación consensuada y adaptada al conocimiento del momento y no basada en las exigencias de las multinacionales, las empresas y determinadas formas de hacer política a corto plazo. Mientras tanto, muchos profesionales preferimos menos burocracia y más docencia. Más evaluación del alumnado y menos papeleo ...

FZS.

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