domingo, 23 de octubre de 2016

Pequeño homenaje a grandes profesionales. A propósito del maestro de escuela Andrés Francia Villajos.

Este artículo fue enviado a La Tribuna de Ciudad Real el año pasado. No fue publicado.

Francisco Zamora Soria, maestro de escuela. Junio 2015.

Alguien dijo que en España, para recibir un homenaje, hay que morirse antes. A mí me gusta llevar la contraria y, afortunadamente, lo que pretendo es rendir mi pequeño homenaje a grandes profesionales que, año tras año, se jubilan y pasan a disfrutar del merecido descanso de la jubilación.
Me estoy refiriendo a los maestros y maestras de escuela pero reconozco que todas las profesiones me parecen igualmente importantes y dignas de elogio.
Quiero personalizar en una persona concreta este intento de reconocimiento de una profesión que no siempre es reconocida ni respetada. Para ser exacto, la figura del maestro o maestra (de cualquier profesional de la Educación, en realidad) viene siendo atacada desde hace ya demasiados años de forma tan sistemática que cuesta trabajo creer que se trate del azar o de un sentir espontáneo.
En este caso hablaremos de don Andrés Francia Villajos, de Porzuna, Ciudad Real.
Tras 38 años “con la tiza” en las manos, se jubila. Cuando digo “con la tiza” utilizo deliberadamente una expresión muy del gremio pero que no debe ocultar hechos como que don Andrés ha sido, durante toda su vida, un maestro inquieto, innovador, buscador de “lo último” sin olvidar lo de toda la vida. Ha estado siempre al día de las llamadas Tecnologías de la Información y la Comunicación, además de manejar con soltura medios como la fotografía,  el vídeo, la televisión o la radio.
La suya ha sido una carrera docente volcada en la escuela y en su alumnado, buscando siempre la mejora si escatimar esfuerzos.
Cuando lo conocí, en lo que él llama con humor, la “República Independiente de El Calvario” –unas aulas situadas a cierta distancia del centro escolar-, el Colegio Público de Integración “Ntra Sra del Rosario” de Porzuna, yo estaba empezando y él representaba y representó para mí la experiencia sin el hollín del quemado, el deseo de seguir innovando, la buena disposición para aprender y, además,  para emprender los proyectos que yo tenía en mente.
En aquellos años don Andrés ya era, en sus ratos libres, investigador histórico y Cronista Oficial de la Villa de Porzuna, buscando siempre la forma de trasmitir sus conocimientos y sus hallazgos a su alumnado y a sus paisanos. Ya había sido alcalde de su pueblo  -recorriendo a diario más de 230 kilómetros diarios- para seguir ejerciendo la docencia en el hermoso pueblo de San Carlos del Valle y poder administrar la vida municipal.
Por aquellos años este maestro de escuela ya había ganado varios concursos nacionales y había viajado con grupos de alumnos a Alemania e Italia, publicaba sus artículos en la prensa provincial y local, colaboraba con numerosas asociaciones e iniciativas de su municipio y seguía aportando una parte muy importante de su tiempo y de su trabajo al colegio. Por ejemplo, en aquellos años organizó varias actividades extraescolares, que tenían lugar dos o tres días semanales por la tarde, después de las clases, y algunos sábados por la mañana.
Cierto es que el colegio de Porzuna era, y creo no exagerar, uno de los punteros de Castilla-La Mancha, con su director, Lorenzo Prado Cárdenas, a la cabeza. Había, como se puede imaginar, un buen equipo que trabajaba mucho y con ilusión.
Andrés estudiaba alemán, le encantaba lo que entonces llamábamos Informática, la Arqueología –fue uno de los descubridores de algunos importantes yacimientos-, la Historia, la Etnografía, la Fotografía y un listado muy largo. Y en el aula seguía innovando. Recuerdo su pasión y sus grandes esfuerzos en cuestiones como la mejora de la velocidad lectora o su compromiso con el Medio Ambiente y su apoyo incondicional a los proyectos que inicié o en los que participé. Aquel curso el alumnado del colegio ganó el primer premio nacional del concurso organizado por SECEM y el Parque Nacional de Doñana sobre el lince ibérico (“El lince ibérico, en el punto de mira de la conservación”) gracias al trabajo en equipo pero muy especialmente a su apoyo.
Andrés trabajó muy de cerca el rico Patrimonio material e inmaterial de su municipio en diferentes ámbitos. Lo recuerdo totalmente volcado con las fiestas y tradiciones populares, escribiendo y maquetando las revistillas de algunas romerías, recopilando información y entrevistando a gente mayor, buscando siempre en archivos históricos, haciendo fotos,…y todo le parecía y le sigue pareciendo poco.
Iniciamos, por ejemplo, la recogida de fotografías antiguas y la creación de un Archivo de Fotohistoria escolar. En pocos meses organizó una extraordinaria exposición, a la que sucederían otras muchas así como la publicación de dos libros.
Pero don Andrés era mucho más que eso. Era la típica persona infatigable, dispuesta a darlo todo por su alumnado, por sus compañeras y compañeras y por su querido pueblo de Porzuna.
Don Andrés fue un buen maestro de escuela, muy comprometido y entregado desde la sencillez y la generosidad. Fue, para mí, un maestro, en el mejor y más profundo sentido del término. Y lo mejor de todo, es que sigue en la brecha, con tantos o más proyectos como antes. Sigue, por ejemplo, echando una mano a las compañeras que se lo solicitan. Sigue investigando, aprendiendo, colaborando, con su ilusión intacta e incombustible.
Y al hablar así de un compañero de trabajo con el que tanto aprendí, como decía en el título, en realidad lo que quiero es honrar a tantas maestras y tantos maestros que he tenido la suerte de conocer a lo largo de mis veintipico años de experiencia que en nada se parecen a los tópicos que oigo por ahí, en la tele, en la radio, en la prensa y hasta en la tienda cuando espero mi turno.
Recuerdo a Bienve, a Miguel, a Matilde, a Julia, a María Dolores, a Mari Carmen, a Encarni y a otros muchos y muchas y compruebo como nuestra sociedad ha elaborado, sin quererlo, un discurso nocivo y falso, que se aleja de la realidad y que no reconoce la figura clave del maestro, del profesorado en realidad, imprescindible para entender  nuestro impresionante avance social y cultural, mal que les pese a algunos generadores de opinión. ¡Muchas gracias de corazón, profesoras y profesores! ¡Muchas gracias, don Andrés!
Así que, personalizando en la figura de un buen maestro de escuela como don Andrés Francia Villajos, vaya mi agradecimiento y mi reconocimiento a todos los docentes por su importantísima labor, por las dificultades que atraviesan y por el no siempre bien comprendido esfuerzo que realizan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario