Hoy, 14 de marzo de 2022, jueves, a medio día, he visto las primeras amapolas (Papaver rhoeas) del año. Se encuentran en el collado que separa la llamada "Cubeta de Piedrabuena" del "Domo de Alcolea de Caltarava-Ciudad Real (en terminos geomorfológicos). Es curioso porque en ese punto suelo observar cada año las primeras jaras en flor, que hoy, siguen iluminando estos días grises de guerra, queriendo anunciar la Paz que se hace esperar.
Las amapolas son una maravilla, a ojos de los niños, independientemente de la edad que se tenga. Son esas flores que la inmensa mayoría de personas mayores desdeñan. Creo que esa forma de actuar procede de su vida efímera. Si las cortas se secan rápidamente.
Pero yo, como otras muchas personas, sigo experimentando la misma fascinación que cuando era un niño al ver esos campos, esas lindes, esas flores que parecen que me llaman hasta por mi nombre, sintiéndose comprendidas con mi mirada cómplice.
Las sigo observando y fotografiando y siempre recuerdo lo que nos dijo un ecólogo en un curso de verano... "Si veis un camino, una carretera, una linde, una siembra de cereal sin una sola amapola, algo mal se está haciendo. Las amapolas, como tantos otras plantas y, en realidad, seres vivos, incluyendo al ser humano, son bioindicadores..(¿niños y mayores en un parque, en una calle...?), si no las hay, algo falla. Así que ahora, a mis casi sesenta primaveras, sigo parando en cualquier parte a contemplar esa hermosura de la Creación o de la Evolución, me da igual como se vea o como se llame.
Las amapolas me marcan que ha llegado la primavera y que seguimos en tierras habitables. Nos dicen tanto como estemos dispuestos/as a escuchar. Quizás, siguiendo a ese gran poeta italiano, Rodari, haya que recuperar "la oreja verde de la escuela" o, sencillamente, vindicar a Schumacher, con su libro "Lo pequeño es hermoso". O, un pasito más, con Rachel Carson, debamos dejarnos llevar por "El sentido del asombro".
Mayo 2010, Ciudad Real.
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