miércoles, 1 de noviembre de 2023

Tras la lectura de "Campos de Níjar" de Juan Goytisolo.

 Hace una semana o dos desde que terminé de leer "Campos de Níjar" de Juan Goytisolo. Este libro fue publicado en 1960 por primera vez por la Editorial Seix Barral. La que cayó en mis manos, gracias a una parte de la biblioteca de los hermanos Sánchez Romeralo, naturales de Piedrabuena, Ciudad Real, y a la hija y sobrina María Sánchez Martín de Pinillos es la segunda edición, de 1961. Yo no había nacido cuando se imprimió este libro que ahora tengo en mis manos. Si me he decidido a escribir unas líneas es porque me ha parecido una verdadera joya de nuestra Literatura de la que, sinceramente, no tenía noticia. 

El autor nos cuenta su viaje por esas tierras de Almería y nos describe a personas y paisajes naturales y antrópicos desde la sencillez y la profundidad, desde la empatía y el intento de comprensión de esas vidas y tierras, de alguna manera, desoladas.

Su riqueza de vocabulario y la trascripción de las breves conversaciones mantenidas con las personas que encuentra nos van acercando a un ambiente que, en ocasiones, se hace tan palpable y cercano que parece que lo estamos viviendo en primera persona. Goytisolo va recorriendo carreteras y caminos en autobús, en coches, en carros y a pie. Pregunta por los pueblos y aldeas, por pensiones y bares y entra en casas y talleres. Vemos, en sus líneas, los carteles de la época que hablan de la importancia de los árboles y escuchamos el habla, las dichas y desdichas de aquellas personas que le preguntan con curiosidad y le cuentan sus historias personales y las del vecino, sus anhelos, sus dolores vitales y sus concepciones de la vida. De los muchos fragmentos que he ido marcando he seleccionado uno que me resulta muy expresivo:

"  Hablaban monótonamente, como si salmodiaran una letanía y yo tenía que hacer un esfuerzo para escuchar. Quería decirles que, si éramos pobres, lo mejor que podíamos desear era ser también feos; que la belleza nos servía de excusa para cruzarnos de brazos y que para salir de nosotros mismos debíamos resistir la tentación de sentirnos tarjeta postal o pieza de museo.

-Por esto me gusta Almería. Porque no tiene Giralda ni Alhambra. Porque no intenta cubrirse con ropajes ni adornos. Porque es una tierra desnuda, verdadera...

Pero ellos seguían hablando de canto y toros, de sol y gachíes, y agarré la botella de Jumilla. La tempestad había desfogado su cólera y yo seguía a cuestas con la mía, y el corazón me latía con fuerza y la sed me quemaba la garganta. Bebí un vaso y otro y otro..." (Págs. 137-138)

Y con ese símil de Sevilla y Granada Goytisolo nos descubre su ideal y, de alguna manera, la clave de esta narración de un viaje a un territorio inhóspito en lo geográfico y en lo personal, en lo íntimo, en esa "tempestad" oculta pero latente y cierta.

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