domingo, 10 de julio de 2022

Mi cuaderno del coronavirus, 19: ¿Cómo te sientes cuando una persona a la que considerabas un buen amigo te oculta que tiene coronavirus?

 El coronavirus sigue estando muy presente en nuestras vidas. Ya nos quitamos las mascarillas incluso en los colegios, voluntariamente. No se hacen pruebas de forma "oficial" y no se dan bajas laborales salvo en casos de sintomatología fuerte. Hay personas con las que hablas por teléfono que tienen Covid-19 con síntomas y que están teletrabajando o, incluso, trabajando con mascarilla. En Castilla-La Mancha se ha dicho estos días que no se iban a poner en marcha más medidas de control o contención de esta llamada séptima ola (creo que es la séptima) y el gobierno de España ha refrendado esa toma de decisiones.

Pero lo cierto es que hay muchas personas infectadas, muchos ingresos hospitalarios y muchas muertes, prácticamente silenciadas. 

Hace unas dos o tres semanas supe que en mi colegio había varios casos de contagios. En una conversación de pasillo, informal, se dijo que qué se podía hacer, que no se podía volver a paralizar el país, que la vida tiene que seguir, que la gente tiene que comer. Efectivamente pero, dije, lo que sí parece lógico y coherente es que se siga informando y eso no se está haciendo como se debería. Con eso de comer siempre recuerdo una cita, atribuida a Mussolini que, supuestamente dijo: "daremos de comer al pueblo aunque el pueblo no quiera comer". Y es que los muertos no comen, los contagiados por Covid-19 tampoco tienen un apetito muy fuerte y en España, hoy por hoy, no parece que haya gente que no coma. Pero entiendo esa expresión que quiere decir que la Economía tiene que seguir creciendo, incluso contra Natura y contra la Sociedad y contra muchas personas, con nombres y apellidos.

No le encuentro lógica alguna ni justificación medianamente seria a la prohibición de acceso a determinadas instituciones públicas sin cita previa. Citas previas muy difíciles de conseguir, por cierto. Me parece lamentable y vergonzoso. Podemos asistir a clase con normalidad, podemos ir a bares, tiendas, transportes públicos, conciertos, cines, manifestaciones, teatros, actividades deportivas, culturales y religiosas pero ¡no podemos ir al Ministerio de Inclusión!

Pero lo sorprendente es que hay personas que, sabiendo que tienen el coronavirus y con síntomas muy claros, siguen haciendo vida completamente normal sin decírselo a nadie, ni siquiera a los amigos cuando toman algo o cenan juntos. ¿Cómo te sientes cuando una persona a la que considerabas un buen amigo te oculta que tiene coronavirus? ¿Cómo debes comportarte? De pronto te planteas si esa persona era verdaderamente un amigo. Piensas en las personas de riesgo o de alto riesgo con las que has estado en los últimos días y sientes miedo. Llamas al centro de Salud y te tranquilizan. 

Pero, sobre todo, te sientes engañado, traicionado y defraudado. Pierdes la confianza y no sabes cómo reaccionar. Me viene a la memoria aquel libro de los años noventa del siglo XX  de Hervé Guivert que se titulaba "Al amigo que no me salvó la vida". Mientras esa persona sigue en bares sin mascarilla tú te la pones, por precaución y llamas al Centro de Salud. Te haces preguntas. Te sientes mal. Evitas besar y acercarte a tus seres queridos y te preocupa poder contagiar a alguien. ¡Es la vida lo que está en juego! No sabes cómo debes reaccionar. ¿Guardar silencio como si nada hubiera pasado, pedir explicaciones, perdonar, hablar abiertamente, distanciarte, romper, llamar a las demás personas y bares para que se sepa lo que está ocurriendo...? Decepcionante esta concepción de la vida, de la amistad y la convivencia. 







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