viernes, 1 de noviembre de 2024

Sobre la gota fría, las riadas y las muertes producidas a finales de octubre de 2024.

 Hoy, día de Todos los Santos, no he querido ni encender la televisión ni la radio ni mirar las noticias en el móvil. Supongo que el número de muertes por los efectos de la gota fría y las riadas supera el de ayer noche, que ya era de 158. 

Sí quiero compartir unas sencillas reflexiones. Vayan por delante mis condolencias a familiares y amistades de tantas víctimas de esta tragedia.

En primer lugar es bueno recordar que hay fenómenos de la Naturaleza que son muy difíciles o imposibles de predecir con la exactitud necesaria para evitar víctimas mortales. Contra el riesgo de caída de un rayo o una inundación, la erupción de un volcán o un terremoto se puede luchar pero no se tienen las garantías que nos gustaría.

Tampoco debemos olvidar que este fenómeno de las lluvias torrenciales y las riadas no es nuevo en nuestro país y la Historia está, por desgracia, muy bien nutrida de estos episodios mortales y catastróficos. Para el caso de La Mancha me viene a la memoria lo ocurrido en la llamada "nube de Consuegra", el 11 de septiembre de 1891. Se dijo que murieron más de mil personas pero parece ser que no llegaron a cuatrocientas, y otras ochenta o noventa en Almería. 

Hay, como decía, situaciones impredecibles pero otras sí las debemos tener muy presentes en tiempos de bonanza. Como decía ayer la doctora Estela Escobar, de la UCLM, en un medio de comunicación, sería imprescindible que cada municipio contara con un mapa de riesgos y con los planes y medios necesarios para reducirlos o eliminarlos.

Desde luego construir en el cauce de los ríos es maña idea y trae mortales consecuencias. Recordemos que las ramblas son llamadas por algunos geógrafos "los ríos invisibles". No perdamos de vista que un río no es una línea azul trazada en un mapa como si fuera una tubería o una carretera. Ni siquiera lo que llamamos cauce es verdaderamente el cauce...y de ahí viene buena parte del problema.

Otra, también señalada por la geógrafa antes mencionada del Departamento de Geografía y Ordenación del Territorio tiene que ver con la presión urbanística. Veamos algunos ejemplos. Un metro cuadrado construido, encementado, alquitranado, embaldosado...es un metro cuadrado que no absorbe ni retiene absolutamente nada de agua. En la misma medida un metro cuadrado sin vegetación no sólo no retiene sino que "suelta" sus materiales, como tierra y piedras.

Ayer hice un pequeño cálculo de lo que podría pasar en mi casa si cayeran esos doscientos litros por metro cuadrado que precipitaron en diferentes territorios españoles (en algunos fue más del doble). Por lo pronto, entraría agua por la puerta porque casi con seguridad los desagües más cercanos no serían suficientes para evacuar tanta agua. Además, como viene siendo habitual, se atascan rápidamente con las hojas de los árboles y, muchas veces, con otros restos humanos como plásticos y papeles. Además, el patio de mi casa se iría llenando como si fuera una piscina, ya que, además de esos litros por metro cuadrado, que si se atascaran los rejillos, supondrían unos veinte centímetros de altura del nivel del agua habría que contabilizar los que caen de los tejados que allí vierten. En este caso serían más de otros veinte centímetros ya que la superficie de tejados es superior a la del patio. De manera que con más de cuarenta centímetros de altura del agua se inundaría la casa. Ahora pensemos en sótanos, en garajes, en espacios construidos por debajo del nivel del suelo, por calles y vías que hacen de tapón...Y estas cuentas, que se pueden hacer mucho más precisas, son las que deberíamos tener hechas no sólo para nuestras casas sino para nuestros pueblos y ciudades, para nuestras carreteras y cunetas y muy especialmente para esa errónea concepción de nuestros ríos, arroyos y canales de evacuación del agua de lluvia.

Cuando hablaba de los atascos de los sistemas de evacuación no he nombrado lo que ocurre también con el granizo, que se convierte en otro tapón que genera obstrucciones peligrosas.

Ahora, después de esta mortal sucesión de tormentas, que podrían estar también relacionadas con todo lo que estamos haciendo mal, habrá que tomar nota, levantar acta, e iniciar procesos de subsanación de errores que, sobre todo, vayan encaminados a evitar muertes.

En Villarrubia de los Ojos se produjo una inundación hace relativamente poco tiempo, 2007. Después ha habido otras. La más grave fue la del mes de mayo con dos tormentas seguidas, con granizo incorporado. Asolaron los cultivos y dañaron los árboles y a la fauna, por cierto, pero anegaron buena parte del casco urbano. Gracias a la rápida y buena actuación de la Guardia Civil, de la Policía Municipal, de Protección Civil, de la Alcaldía y de un buen número de personas no hubo que lamentar muerte alguna. Unos compañeros y yo iniciamos un trabajo y descubrimos que además de las causas naturales detrás de lo sucedido había elementos coadyuvantes para esa situación que pudo ser mortal. Yo la llamé "antropotormenta". Creo, en realidad estoy firmemente convencido, de que en estas espantosas inundaciones ha habido también una parte de responsabilidad humana. En una calle céntrica, por ejemplo, entró el agua en algunas casas y establecimientos comerciales. Alcanzó sólo cinco centímetros de altura, los mismos que tenía de relleno de alquitrán el antiguo pavimento de adoquines de basalto. Hoy, ese nivel se ha elevado otros tres o cuatro centímetros. Si vuelve a llover así, entrará más agua porque el sistema de drenaje no se ha adecuado a esas nuevas características. Y algo parecido ocurre con los alcantarillados. 

Otro aspecto preocupante es que se han producido varias muertes por desconocimiento de los riesgos intrínsecos que generan estas situaciones. Sin haber visto casi los programas de televisión, que me han parecido también excesivamente largos, escuché como había personas que por bajar a un garaje para sacar un coche quedaron mortalmente atrapadas. No quiero entrar en las cuestiones políticas y administrativas y de gestión para ha quedado en evidencia que hay mucho que hacer para que jamás vuelva a ocurrir lo mismo por responsabilidad o dejadez nuestra. Puede que la Naturaleza nos depare peores sorpresas pero que por nosotros no quede. Pensar que la competencia en materia urbanística recae en los ayuntamientos y que nuestra legislación está, como mínimo, atascada y, permítaseme la expresión "encajonada" sorprende y preocupa profundamente. Y es que hay leyes durmiendo el sueño de los justos  en algún cajín autonómico muy bien custodiado. Pero eso, que, por ejemplo, no es noticia, es mucho más importante que tanta polémica absurda y vana del día a día.

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