Estamos asistiendo a una verdadera cacería en la que se quiere que rueden cabezas en el sentido administrativo y político en torno a las gravísimas inundaciones del pasado 29 de octubre de 2024. Se está haciendo por parte de políticos, activistas y un buen número de personas que, además de sacar partido político, buscan así tranquilizar sus conciencias y zanjar los muchos conflictos surgidos. Además, como decía Dickens en su genial y reveladora obra "Oliver Twist", hay siempre una especie de inercia que empuja a cientos o miles de personas a seguir la corriente, a vociferar y hasta a generar tumultos, aunque en sus vidas cotidianas sean de lo más pacífico.
Lo cierto es que esa búsqueda del bueno y del malo, de ensalzar a unos para hundir a otros, de dejarse llevar por la ideología, por la filiación política, por la simpatía o por el corazoncito supone que no se puede vislumbrar, ni remotamente, la complejidad y dimensionalidad múltiple de lo ocurrido.
Y es que centrarse en lo bien o lo mal que lo hizo un gobierno o el otro, un ayuntamiento o una institución, supone que no nos centremos en lo importante y perentorio. Y eso es lo que ocurre, que se instala la bronca, el tópico, el "y tú más" o "pues anda que tú" a lo que tan acostumbrados estamos, en lugar de estudiar con método y calma todos los factores controlables en situaciones semejantes o parecidas.
No podemos evitar que lluevan en muy poco tiempo doscientos, trescientos, cuatrocientos...litros por metro cuadrado (aunque un señor que habla sobre lo bien que se hizo todo en Requena, Valencia, habla de setecientos a ochocientos litros, sin consecuencias en pérdidas humanas).
Sí podemos analizar todo lo que ha fallado, empezando por nuestro gran desconocimiento socio-cultural en cuanto a avenidas.
Salta a la vista que, a pesar de los errores que se están apuntando como si fueran verdades científicas o jurídicas, aquí, es decir, en esos muchos municipios de Valencia, se ha dado una concatenación de circunstancias y características que no se deben pasar por alto y que no se solucionan insultando, maldiciendo, pidiendo dimisiones o denunciando, en caliente y con falta de información sólida, en los juzgados y en los llamados medios de comunicación social.
Por si fuera poco todo lo ocurrido y lo que sigue pasando, ahora tenemos a una verdadera caterva lanzando mentiras, exageraciones, insultos, descalificaciones y falacias sin darse cuenta ni del mal que generan ni de las consecuencias incluso negativas que pueden tener para ellos. Asomarse a eso que se ha dado en llamar "las redes" es un ejercicio que tiene, a mi modesto entender, algo de masoquista o morboso. (Debo confesar que soy el primero que lo hago y que, ingenua o inmaduramente, contesto a algunos avezados "comunicadores" con mensajes como "todo se puede decir sin insultar" o cosas tan agresivas como esta).
Esta práctica que, me atrevo a calificar de deporte no solo nacional sino internacional, de la caza del chivo expiatorio parece ser que es tan antigua como las sociedades humanas.
Deberíamos empezar ya, como sociedad, a estudiar y escuchar más y hablar menos, a respetar a los científicos y técnicos, a apoyar cuantas medidas, por duras y costosas que sean, contribuyan a evitar o minimizar al máximo estas tragedias. Es perentorio empezar a abrir cajones y a desempolvar estudios y propuestas de gran valía profesional.
En la misma medida nuestra legislación no es que necesite un repaso es que hay que cambiar muchas bases tan elementales como situar los niveles de competencias en las manos adecuadas y, sobre todo, capacitadas, para esos fines.
Pensemos en lo que pasó con la gestión municipal del sistema educativo a principios del siglo XX y el famoso, polémico e incombustible Conde de Romanones.
La Nueva Ética del Agua y la Nueva Ética del Territorio se tienen que imponer sobre esta manera tan..., digamos, "peculiar" y de Santa Bárbara que tenemos. Y es que solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
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