miércoles, 12 de enero de 2022

Mi cuaderno del coronavirus, 18: Seguimos mal y no lo parece. Ayer, 250 muertes en España no fueron noticia.

 La última vez que escribí sobre el coronavirus fue a finales de junio de 2021. Apenas unas líneas que no llegué a publicar y se me echó encima el verano. Después, empezamos el curso escolar 2021-2022 con mejoras muy significativas. Segunda vacuna ya en el cuerpo, medidas de seguridad pero retrocesos, como la pérdida de profesorado y de otras personas de apoyo docente y de gestión en los centros educativos. Además, las medidas se van relajando, sin que haya unas directrices claras al respecto. Por ejemplo, el espantoso "Halloween" supone que al centro se puedan traer escobas, lo que nos convierte en un museo de los horrores negri-naranjas. También se recupera la castañada de las madres y padres y las visitas reales. Pero, a pesar de todo, llegamos a final de trimestre muy satisfactoriamente. Los aparatos de control del CO2 los seguimos teniendo muy a la vista, y siempre con las ventanas y puertas abiertas.

Pero llega la variante ómicron, la Navidad y el hacerse el despistado. Empiezan a subir los contagios de forma alarmante. Se sustituyen todas las medidas restrictivas del año pasado por la idea de que estamos muchas personas vacunadas con la segunda dosis. Además, ya se ha empezado a poner la tercera. Además, supuestamente, ahora el COVID-19 se comporta como un vulgar resfriado. Las cuarentenas se reducen a siete días incluso habiendo sufrido el contagio y haber tenido síntomas. Y sigue la política desinformativa a su buen ritmo. Tranquilidad, no pasa nada. Pero sí pasa. Cientos de miles de personas no hemos contagiado. La posibilidad de hacernos test por nuestra cuenta aportó una sensación -falsa- de control y de seguridad que se ha demostrado dañina. Ayer, 11 de enero de 2022 murieron en España 255 personas. Pero eso ya no es noticia. Las polémicas siguen otros derroteros, falaces y perniciosos, por cierto. Que si el ministro Garzón debe dimitir, que si el presidente de gobierno debe prescindir de él, que si en España tenemos carne muy buena...

Lo cierto es que el coronavirus sigue golpeando. Hubo miedo para que se iniciaran las clases pero, hasta dónde sabemos, los centros educativos seguimos trabajando de forma segura.

El 17 de diciembre de 2021 tuvo lugar la instalación de carpas en algunos centros escolares para llevar a cabo vacunaciones de menores. Parece ser que la medida no tuvo la repercusión esperada. Aunque no dispongo de datos oficiales las cifras de vacunas puestas podrían ser escasísimas.

Vuelvo a comprobar, cómo dije hace muchos meses, que los rastreadores no llegan hasta dónde se nos dice que deben llegar...No se entiende que tengan que ser ellos, los llamados rastreadores, los que den las bajas y las altas y que los médicos no llamen ni prescriban absolutamente nada en muchísimos casos. 

Por supuesto el límite de los siete días se ha demostrado que nada tiene que ver con algunos pacientes. Y es que el virus no se ha debido leer las indicaciones legales oportunas y, además de pernicioso y hasta mortal, es un desobediente. Y vuelvo a hablar sobre los rastreadores. ¿Quiénes son? ¿Qué perfil profesional tienen?¿Son verdaderamente, legalmente, las personas que deben saber de nuestras vidas y nuestras enfermedades? ¿Es eso legal? ¿Cómo se está gestionando y custodiando toda esa información? ¿En serio son esas personas las que tienen que darnos de baja y de alta? Mis dudas me abruman.

Pero, es más, ¿cómo saber si ya no se tiene carga vírica? ¿Porque lo dictamina el gobierno con un período genérico de siete días? Lo que está ocurriendo, una vez más, es que cientos de miles de personas, por su cuenta, se están haciendo las pruebas para asegurarse de que no contagiarán a nadie. Y eso no tiene lógica alguna. Como tampoco la tiene que haya diferencias considerables de criterio entre la Sanidad Pública y las mutualidades. 

Pero, insisto, lo más preocupante es que se está dando una visión inocua de lo que está ocurriendo. No hablar de muertos no contribuye a bajar la mortalidad. Además, ahora, con la posibilidad de hacerse uno mismo las pruebas lo que está ocurriendo es que hay personas que, dando positivo, no lo comunican, con lo que la incidencia es mayor. En fin, la que parecía que iba a ser una Navidad más segura y saludable se ha convertido en una verdadera trampa, incluso para las personas que ya tenemos la tercera dosis en el cuerpo.


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